lunes, 25 de julio de 2016

Soy una mujer trans. Estoy en el armario. No voy a salir. Por Jennifer Coates.



Aviso de contenido: Transmisoginia, disforia, suicidio, trastornos alimenticios.

Artículo original: https://medium.com/@jencoates/i-am-a-transwoman-i-am-in-the-closet-i-am-not-coming-out-4c2dd1907e42#.mcosmrs88

Traducido por Duna Haller, Gabriella Lucía Aranguren, Ana González, Arantxa Llano, Darío Gael Gómez de Barreda, Demonio Blanco y Marcos Teruel.


NOTA: GUAU, escribí esta pieza de forma anónima y privada y no tenía la intención de que nadie lo leyera realmente. Fue para mí una manera de desahogar la frustración sin ponerme en riesgo. No tweeteé, no lo compartí ni lo difundí. Alguien lo encontró y lo extendió y eso es perfectamente válido, pero lo que estás leyendo es esencialmente una entrada del diario.

Si eres trans y estás en el armario o sospechas que puedas serlo, NO trates mis decisiones como consejos - se basan en mis circunstancias. Busca a y habla con otras mujeres trans y absorbe sus experiencias, también. La transición ayuda a mucha, mucha gente y vivir escondida puede ser mucho más perjudicial. Que esta sea una de las muchas narrativas que lees.









¡Pero voy a hablar a través de la puerta!

Resentimientos sobre el tema de que "la única mujer trans real es una mujer trans fuera del armario".

Aquí van algunas piezas de mi historia. No son todas pero es más privacidad de la que nunca haya querido sacrificar.

Tengo seis años

Me despierto de un sueño en el que soy una chica. Mi corazón se acelera y siento nauseas. No son nauseas de disgusto, sino de vergüenza. No es la primera vez que he tenido este sueño, a pesar de que es uno de mis primeros recuerdos. Lo que siento (aunque aún no tengo capacidad para usar esta metáfora, me llevará unos años) es como si accidentalmente expusiera delante de mi clase, a través de un cable HDMI, mi historial de navegación más íntimo. Siento que de alguna manera me han pillado –como si todo el mundo hubiese visto mi sueño en los suyos la noche anterior. Pero quiero volver a soñarlo. Tengo seis años y creo en Dios, así que rezo para soñarlo otra vez, cosa que - efectivamente - vuelve a suceder.

Correlación, te presento a causalidad. No hagáis cosas raras.

Tengo siete años

En el colegio, leemos el capítulo de un libro en el que un chico que se convierte en chica. Mi corazón late con tal fuerza que lo noto en mis dientes y siento que todo el mundo me está mirando. Evidentemente, no lo están haciendo. Vuelvo a casa y me quedo mirando la carátula del libro donde el chico está mirando dentro de un espejo y en el reflejo ve a una chica, empiezo a llorar.

Escucho ese rollo de que si le pides tu sueño a una estrella, se hace realidad. Casi todas las noches me escapo de la cama para mirar a través de la ventana, deseando a cada estrella que veo, haciendo todo lo que está en mi mano. Alguna vez, esa creencia irracional me dice que si lo deseo en voz alta una y mil veces, me despertaré con el pelo largo, un lindo pijama y con un nombre diferente – quizá pecas. Para mí, mil veces es un número tan potente y tan suficientemente grande para que el Universo – que escucha cada noche de desesperación, como susurro mi deseo  - no se olvide de mí. Ojalá fuese una chica, me digo una y otra vez (mostrando una comprensión francamente impresionante del pretérito imperfecto del subjuntivo). Veo que pronto voy a estar cantando la melodía de “The Farmer in Dell” (El granjero en el valle). Me río en voz alta y me da la sensación de que soy dos personas sentadas en la misma cama – yo en pijama de béisbol y yo vestida con el precioso camisón lila que tanto adoro de Wendy Darling.

Soy consciente de que la película donde aparece Pepito Grillo no es la misma que donde aparece Wendy Darling. No seas pedante; tan sólo tengo 7 años. 

Tengo ocho años

Me encanta estar rodeada de mujeres – mis profesoras, las amigas de mi madre, mis compis de clase. No quiero jugar con chicos. Por lo general,  los chicos me parecen tontos y tiene mocos. Hago un examen de género metiéndome tímidamente el dedo anular en la nariz. Cuando juego en el ordenador en la intimidad, elijo un personaje femenino. Si me veo segura, escribo un nombre femenino, “Kimberly” es uno que me gusta, porque Kimberly es la power ranger rosa.

Cuando pregunto si puedo dormir a casa de amigas, me dicen que no puedo. Que los chicos no pueden.  La madre de mi amiga Caitie lo justifica con mi madre vía telefónica. Me doy cuenta de que mi madre no está de mi parte. 

Después, mi madre me dice que la mamá de Caitie está divorciada, lleva tatuajes, duerme en una cama de agua, no me parece muy claro qué tiene que ver todo esto. Yo pienso que la madre de Caitie es guay.

Tengo nueve años

Me encanta cada cosa que mi hermana adora pero no lo admito. Sé que ella y sus amigas se ríen de mí. Sé que mis padres van a castigarme y corregir mi comportamiento. Voy entendiendo las reglas del juego y aprendiendo que si me gustan las cosas de niñas no va a ser un camino de rosas para mí. Los adultos reaccionan de la misma manera ante mi interés por el maquillaje que ante mi interés por cerillas y mecheros. 

Como si por casualidad, siendo como realmente soy, lograse que se quemara algo importante en su interior. Algo que les está haciendo la vida más cómoda y fácil. 

Estoy celosa de la ropa de mi hermana. Un día, estando sola después del colegio, me colé en su cuarto para buscar en su armario el disfraz de Hallowen de Campanilla. Me deslicé dentro del vestido colocando los tirantes sobre los hombros, después las medias sobre mis piernas. Encaja a la perfección. Mi corazón se siente como el puño de una persona atrapada bajo un lago congelado, golpeando la superficie desde abajo. ¿Cómo podía sentir algo tan maravilloso y desgraciado al mismo tiempo? No me siento más liberada – parece que he soltado un peso para coger otro. Corro a mi habitación para esconder el disfraz debajo de la cama. Al rato, lo devuelvo a la habitación de mi hermana.  

Será la primera pero no la última vez que lo haga. 

Tengo diez años

Veo la televisión a diario al salir de clase. Me atrae la ciencia ficción y los programas de temática sobrenatural. En estos programas existen personajes malvados que tienen la habilidad de cambiar de cuerpo o de forma. Hay máquinas que intercambian los cerebros entre personas. Incluso en los espectáculos más realistas hay escenarios estrafalarios “Ponte en mi lugar” donde un hermano y la hermana intercambian roles y pasan un día aprendiendo lo difícil que es la vida del otro. Me cuesta entender porque el hermano no se postra de rodillas dando gracias.

Spoiler: ¡Resulta que sus vidas son igual de difíciles por diferentes razones! Desenlace cómodo para los guionistas que casi tuvieron que considerar una existencia no igualitaria mediada por el caos, el patriarcado, y la contradicción en lugar de la magia, la consistencia, y la resolución de la narrativa.



"La hierba es siempre más verde", grita el guionista mientras se incorpora de la cama y se coge su cuadernillo de apuntes

Tengo once años

Estoy en la habitación de un hotel viendo el show de Maury Povich. Un reparto de bellas mujeres se abre camino en el escenario y se nos invita a adivinar cuáles son “reales” y cuáles son “transexuales”. No tengo ni idea sobre el significado de esas palabras. No llego a entender del todo lo que es “gay”, aunque lo intento. Sospecho que “transexual” está relacionado con “gay” pero eso no me molesta. En su lugar, al igual que la máquina de café borbotea un erupto agrio, siento como la esperanza brota dentro de mí. ¿Cuánto costará sentarse en la silla y hacer el cambio? ¿Dolerá? No me importa. Un poco de dolor puede aguantarse.

Tengo doce años.

Estoy viendo una cinta VHS en clase de salud, nos la ha puesto un profesor sustituto con pocas ganas de estar ahí, la ha cogido de un montón de ellas.

Es un documental de interés humano de los noventa, grabado de la televisión. Es sobre una gente a la que llaman “transexuales” y presenta el discurso típico y fácil de digerir de “nacer en el cuerpo equivocado” que estará en boga durante al menos una década más. La gente del documental no es como la que aparecen en la televisión, guapa, sonriente y venida a veces del Hawaii. No, es gente cansada, vieja, de lugares no exóticos. El documental habla de la vaginoplastia. El comentarista usa comentarios como “los intentos del cirujano”, “dilatador” y “rescate”. También “hormonas” y “osteoporosis”. Le tengo miedo a las agujas, a las pastillas, a los escalpelos y a los hospitales. El comentarista habla de “un largo camino hacia la recuperación”.  Me doy cuenta de que no existe ni silla ni interruptor. Las esposas, anteriormente maridos,  agotadas y de regiones rurales del interior, se han dejado crecer el pelo y llevan vestidos. Parecen felices.

Desde entonces hasta hoy, como mucho me habré pasado dos días sin pensar en esto. Leo historias sobre mujeres fuertes y aventureras  hasta tarde solo para evitar pensar en cómo es mi cuerpo bajo las sábanas.

Tengo trece años.

Internet ya está aquí y me he dado cuenta con alivio que existe, al menos por ahora, una condición llamada disforia de género. Desconozco aún que en la década que está por venir se desatarán guerras culturales sobre cuál es la mejor manera de llamarme y mucho menos que pasará aquí, en este internet desde donde imprimo fotos de chicas que mis padres asumen que lo hago porque me gustan.

Me creo una cuenta falsa de AOL Instant Messenger y le digo a mis compis de colegio que soy mi propia novia, Jennifer, de un pueblo de al lado. Uso este perfil más que el mío. Jennifer hace todo lo que hago y todo lo que no me dejan hacer.

Empiezo a desarrollar un trastorno de conducta alimentaria.

Tengo catorce años.

Comienzo a mostrar un interés en la programación, lo que podría ser el signo más evidente hasta ahora.

Cuando ayudo a mi padre a construir cosas, él me llama fuerte. Siento que estoy ganando algo y perdiendo algo al mismo tiempo.

Tengo quince años.

Me traslado a la costa este y voy a un internado para chicos con una beca. No me gusta la idea de tener que pasar todo el tiempo con otros chicos. Los chicos son inmaduros. Los chicos son hipersexuales. Los chicos son violentos.

Me baño en mitad de la noche, cuando los baños comunes están vacíos. Más de una vez estoy muy enubilada para hacer esto. Mi pene se estira. Los dedos de un jugador de fútbol buscan entre mis nalgas apretados mientras él le pregunta si soy gay, y si por eso tengo miedo de ducharme con los demás. Esta no es mi gente.

Tengo dieciséis años.

Algunos de ellos son mi gente. Conozco a chicos a los que les gusta leer lo que me gusta leer. Conozco a chicos que también tienen terribles secretos. Conozco a chicos que están de acuerdo conmigo en que es terrible ser un chico, aunque no parecen querer decir lo mismo que yo. No estamos orgullosos de ser chicos, pero tenemos que divertirnos con los demás. Tiramos piedras en estanques y tenemos las típicas discusiones de los dieciséis años sobre viajes en el tiempo. Robamos los condones de la farmacia. Nos pegamos a veces. Vemos El Club de la Lucha y  nos pegamos llevando calcetines en nuestras manos como guantes de boxeo. Después nos frotamos el vientre, incluso los jugadores de fútbol. Nos colamos en las habitaciones de los otros por la noche para contarnos historias. Descargamos episodios de “Blue Clue” en LimeWire como capricho y cada semana los vemos juntos y agradecidos. Mentimos sobre nuestras experiencias sexuales, pero escuchamos absortos a las mentiras de los demás como si fueran a contener trazas de verdad, como piedras de cuarzo preciosas. Algunos de los chicos son heteros y algunos son gays  – me beso con algunos de cada. Soy consciente de que no amo a los chicos de la misma manera que amo a las chicas, pero los amo aun así. Me pregunto lo que esto significa - si el hecho de que yo prefiera a las chicas sería una prueba de mi infancia masculina.

Uno de los chicos, de Corea, es circuncidado a los dieciséis años, porque la chica a la que pide salir para el baile - Sadie Hawkins- se burla de su pene sin cortar.

Tengo diecisiete años.

Las chicas empiezan a pensar que soy un chico mono. Yo empiezo a pensar que soy una chica fea. 

Tengo dieciocho años.

Laura Jane Grace sale del armario. En la revista Rolling Stone, relata su infancia pasada: "[oraba] a Dios: ‘Dios mío, por favor, cuando me despierte, quiero un cuerpo femenino.’ En otras ocasiones le decía el diablo: 'Prometo pasar el resto de mi vida como una asesina en serie si me conviertes en una mujer’ ".

Estoy en la universidad. Me entero de que algunas personas piden ser llamades por diferentes pronombres. Veo cómo se siente en mi cabeza. Realmente no notaría la diferencia. Todavía quiero sentarme en esa silla y pulsar el botón. Los pronombres son la menor de mis preocupaciones.

Visito una universidad de mujeres. Estoy rodeada de nuevas mujeres e instantáneamente nos sentimos cómodas unas con las otras. Asisto a una conferencia. La ponente grita "quién puede ser una mujer?", y una multitud de mujeres cis responde "cualquier persona que quiera serlo!". El sentimiento es agradable, pero pienso sobre los años que pasé mirando por la ventana a las estrellas y me siento de pronto incómoda.

Más tarde durante ese viaje que estoy hablando con mis nuevas amigas sobre la feminidad. Una de ellas me dice, enfadada, que no se me permite hablar de la feminidad porque soy un chico cis hetero. No es mi lugar y no es mi territorio. Debería callarme y escuchar. ¿Es esta mi gente?

No la corrijo. Nunca corrijo a nadie.

Me han dicho que hay algo especial - algo inefable - sobre la amistad entre mujeres. Me han dicho que yo no podría comprender o experimentar esto. Dijeron que mujer es toda aquella que quiere serlo - ¿es eso cierto? ¿Qué dice esto sobre mis amistades con chicas?

Comienzo a considerar quién podría ser yo, si mi feminidad no se ha contado simplemente porque no la confesé abiertamente. Pienso en mi  masculinidad – en mi infancia y adolescencia, cómo mis experiencias con los chicos se desviaron de lo que me enseñaron a esperar. Cambio mi trabajo de grado y paso un año escribiendo sobre la feminidad en chicos que no se identifican como gays. Desde la masculinidad de la estética de la década de 1880 a las estrellas de radio de vodevil. Con el tiempo, lo veo como una carta de amor / odio a las películas de adolescencia de los años 80, los años 90 y principios de los 00, y escribo mi tesis sobre la amistad y la sexualidad de los adolescentes norteamericanos y su representación en la televisión y el cine. Uno de los comentarios que me harán a la tesis será "Estoy tan harta de chicos escribiendo sobre chicos siempre."

Pienso en que me dijeron que no estaba permitido que yo hablara de feminidad. Me pregunto qué es lo que se permite a una persona como yo decir.

Uno de los chicos del internado, con quien he comenzado a ducharme por la noche, me dice chasqueando los dientes que es demasiado delgado y demasiado gordo, y se tira delante de un tren. 

Tengo diecinueve años.

Estoy en una clase de estudios de género. Todavía estoy desconcertada que el tema en el que he estado pensando, leyendo acerca de y estudiando obsesivamente desde que mi vida comenzó es ahora una cosa que mis amigas quieren estudiar en clase.

Me han dicho que la masculinidad existe en oposición a la feminidad y que es inequívocamente tóxica. Pienso en mis crueles "referentes" masculinos. Lo que me han asignado a lo largo de mi vida. Pienso acerca del jugador de fútbol que me tocó el culo, ​​y cientos y cientos de otras cosas.

Pienso también en otros referentes masculinos que me he encontrado. Y pienso en los chicos con los que me quedé hasta tarde contándonos historias reveladoras. Y los chicos me besaron. Y los chicos que me han apoyado. Y los chicos me apoyaron. Y cientos y cientos de otras cosas. Y pienso en mí.

Levanto la mano y con timidez, con cuidado, disiento. Sé lo que parece.

Mi profesora pone los ojos en blanco. El resto de la clase son mujeres cis; ellas se ríen. Las buenas cualidades que estoy hablando son en realidad la feminidad, me explican.

Yo digo que siento que reclamar que el auto-sacrificio y la bondad son valores femeninos que los hombres han tomado es como afirmar que los valores judíos son valores budistas que los judíos han tomado.

Una de las estudiantes me dice que no puedo ser objetiva acerca de la masculinidad porque soy un chico cis hetero, y que debería callar y escuchar. ¿Es esta mi gente?

No les corrijo. Nunca corrijo a nadie.

Es interesante ver que las personas insisten en la proximidad de un tema hace que une esté informade, y a su vez insisten en que hace la visión sesgada. Es interesante que piensan que es su posición la de decir estas cosas.

Tengo a mano un panfleto sobre la medicalización y patologización de las identidades trans, especialmente en lo que afecta el desarrollo de la legislación y de los beneficios de les usuaries. Me gusta este problema porque es difícil. Es un problema práctico que requiere una delimitación entre "debería ser" y "es." Hay dos bandos y hay factores importantes en los dos. Tener la mente abierta es aceptar la liminalidad.

Liminalidad se convierte en mi palabra favorita.








Tengo veinte años.


Veo por primera vez Hedwig & The Angry Inch. Cuando acaba la peli, Hedwig está desnuda y sin peluca y húmeda: andrógina, con un cuerpo ni masculino ni femenino. El compañero masculino de Hedwig, Yitzhak, interpretado por la guapísima Miriam Shor, con su mandíbula cuadrada y vello facial protésico, recibe una peluca y un vestido. Hace todo lo que puede para parecer un hombre muy falto de su feminidad cuya compensación al fin ha llegado. No puedo fingir que es un hombre, pero lloro cada vez que la veo.




Quizás seas cis si: esto no te deja completamente jodide.




Este año también empiezo a asistir a espectáculos drag, tanto en el campus como en la ciudad. Pienso en lo mucho mejor que me siento con maquillaje (y lo mucho peor que me siento con maquillaje).


No puedo, como muches otres hacen, fingir que me creo que los himnos de Beyoncé hacia la belleza, la perfección y el Así Me He Levantado tratan sobre mí o son para mí...


Laura Jane Grace lanza Transgender Dysphoria Blues, y hace que se me hinche el pecho como solo una voz solidaria puede. Mis amigas cis me miran de reojo cada vez que la pongo y me recuerdan que "no es solo un temazo: es una canción con un mensaje."

Me convierto en una gran fan de Eddie Izzard, que se describe a sí mismo como un "lesbiano". Aunque mucha gente le acusa de misoginia interiorizada  ( con miedo a llamarse trans a sí mismo ),  al menos yo admiro su rechazo a los constantes intentos de encajar su identidad en una taxonomía universal que alguien ha decidido por él. Admiro su enfoque. Admiro su valentía cuando lleva vestidos en el escenario. Respeto su posición cuando en la tele le obligan a llevar traje. Admiro su disposición a ser algo confuso. Creo que no somos lo mismo, pero creo que hemos llegado a la misma conclusión.

Algunas noches, siempre sola, salgo con maquillaje robado y ropa de mujer con un DNI que estaba en una cartera perdida. Nunca me siento más hombre que esas noches.

Está oscuro. Me pongo medias. Me siento en los bares y bebo sola. Mucho de lo que sucede es lo que cabría esperar.

El predominio de la narrativa de "nació en el cuerpo equivocado" se desvanece. La fluidez de género gana popularidad. Las identidades no binarias y agénero se exploran y se clasifican en Tumblr. Me siento poca cosa frente a esa gente disidente, guapa, con sus chaquetas vaqueras, sus pajaritas y sus rapados teñidos, porque la aburrida y binarista narrativa del "cuerpo equivocado" de los 90 es en la que encajo mejor, incluso después de todo. Siempre lo he sabido. Es lo primero que recuerdo saber.
A los veinte años por fin le he hablado a alguien (una amiga de hace mucho tiempo y colega trans) de mi permanente lucha contra lo que ahora se llama disforia de género. Me pregunto cómo la llamarán dentro de cinco años. La historia de mi amiga es diferente a la mía (ella ni siquiera llegó a considerar que era trans hasta la adolescencia y nunca sintió que fuera un caso de "nació en el cuerpo equivocado"), pero es muy agradable saber que alguien entiende, por lo menos parcialmente, todo esto.

Tengo veintiún años.

El humor misándrico está en su cima y supura cisexismo. Hay una avalancha de alegres tweets de mujeres cis sobre que las mujeres son mucho más bonitas que los hombres: la forma grácil del cuerpo femenino, lo utilitario del masculino. Lo geniales que son las tetas. Lo malo que es el gusto para la ropa de los hombres. Lo incompetentes que son emocionalmente. Lo débiles que son para soportar partos y menstruaciones. Los frikis gordos con barba en el cuello son el castigo de Internet. Hablan y hablan, con asco, sobre los "cuerpos de cincuentón". La retórica SCUM se reaviva con niveles incosistentes de ironía. El evangelio del meme dice que los penes no son más que clítoris de mierda.


"Prefiero ser preciosa que hombre"
¿Así es como funciona lo de ser trans?

No sé cuál es mi posición en esto. No sé cuál es mi lugar en esto. ¿Es esta mi gente?

¿De verdad creo que una peluca y un pronombre cambiarán cómo se sienten ellas en el fondo? ¿Sobre mi cuerpo? ¿Sobre mis cromosomas? ¿Sobre mi "socialización”? No. Quiero, pero no lo creo.

En el fondo pueden creer que sus sensaciones sobre quién es inteligente, fuerte y razonable y quién es idiota, débil y peligrose están bajo control, son exageraciones controladas, conscientes y actuadas, y están bien examinadas. Si me vieran desnuda y sin peluca y húmeda, ¿no sería objeto de sus comentarios graciosos sobre penes? ¿Sobre la barba del cuello? ¿Sobre la masculinidad? ¿Sobre quién tiene derecho a hablar sobre la feminidad? Leerán esto y se dirán a sí mismas: "¡no!"

En los noventa, las mujeres cis se sentían incómodas con un clip animado porque tenía "aspecto masculino".
¡Puaj! ¡Cejas! Pero seguro que yo seré lo suficientemente femenina.

En el Internet donde solía googlear "qué me pasa", ahora me meto en muchas discusiones sobre el género. Siempre me ha dado asco mi vello corporal, pero nunca podía quitármelo. Incluso si pudiera acabar con todo mi pelo de las piernas sin levantar ni una ceja, volvería a crecerme más fuerte. Le comento a una amiga cis y feminista que no me parece que esté bien utilizar lo de ser un "friki gordo con barba en el cuello" a modo de insulto. Le digo que creo que es hipócrita. Le digo que conozco a algunos humanos así que son maravillosos, sensibles y considerados. Me pregunto si hay maneras de criticar a la gente basadas en su personalidad sin aludir a los pelos que les salen. Me dice que estoy dándoles una machicharla. Me dice que me estoy marcando un No todos los hombres. También me dice que no podría entender los cánones de belleza impuestos a las mujeres.

Le postulo, tras párrafos inútiles y estresantes de argumentación diagonal, que cuando eres cis y no te depilas las piernas, algunas personas piensan que eres una feminista asquerosa y otras piensan que eres una feminista muy guay. Tienes el privilegio de experimentar con tu vello corporal porque tu estatus y tu identidad están asegurados.

Puede que te llamen "marimacho" o "zorra", pero no te van a forzar a ir al baño incorrecto. No se derrumbará la temblorosa torre de naipes que has construido para hacer olvidar a la gente lo que creen que eres. Estás segura cuando otras personas no lo están.

Le digo que cuando eres trans y no te depilas las piernas, todo el mundo (incluso les aliades dentro de su oscuro e inajustable subconsciente) lo toma como evidencia de que no eres una mujer de verdad. A veces incluso tú misma.

Está furiosa. Me dice que soy un hombre hetero y cis y que tengo que callarme y escuchar. Lo que realmente hace que esté furiosa es que le está contradiciendo alguien que, según su perfil de Facebook, tiene un rango más bajo que ella en el podio de la interseccionalidad.

El privilegio de una persona puede ser una explicación a por qué sus creencias están deformadas, si es que lo están. No es una prueba de sus creencias de mierda. Esas suelen descartarse a sí mismas... siendo una mierda. Si alguien le dice a una chica cis que está subestimando un privilegio que las chicas trans no tienen, ¿por qué la chica cis tiene el instinto de cuestionar la identidad de esa persona para ver si puede desacreditarla y no tener que reflexionar sobre su propia opinión? No contestéis. Ya lo sabemos.

En otra ocasión hago una broma sobre un autor que creo que no es gran cosa. Me dicen que ni se me ocurra bromear sobre ese autor, porque es un autor con muchas fans: su obra es considerada de interés femenino. Me dicen que no le respeto porque su obra es femenina, que probablemente idolatre a Bukowski y Kerouac. Me dicen que no entiendo lo que es crecer sintiéndome avergonzada de mis intereses porque son femeninos.

Quiero gritar.

Quiero vomitar las pegatinas de Lisa Frank que arranqué de mi mesa en segundo curso y me comí, con pánico, para esconder las pruebas.

En Facebook, la chica que me habla de mi infancia (de cómo nunca me he tenido que sentir avergonzada de mi identidad) ha subido una foto suya de pequeña, vestida de Campanilla, delante de sus sonrientes padres.

Me preocupo porque mi pelo es cada vez más fino. Pienso en el horror de quedarme calva: una pérdida permanente de vitalidad. Pienso en cómo destruiría la floja androginia que es mi único consuelo en este cuerpo. Pienso en mi madre, calva por el cáncer, y en todo lo que le hizo a ella. Y oigo a mis amigas cis, misándricas y orgullosas, riéndose de los hombres calvos como si fuera su culpa o decisión. Los hombres calvos les recuerdan a pedófilos. Los hombres calvos les recuerdan a autores egoístas e improvisadores desesperados. Veo hombres en el tren que pierden el pelo, la juventud, las opciones y les comprendo. No hace gracia. Es una pesadilla dismórfica para cualquiera. No me molesto en mencionar que encuentro los chistes innecesarios e insensibles. Sé lo que van a decir las chicas.

Pero sé que no soy hetero, ni cis, ni un chico. No soy nada tan simple como eso. Soy una chica que ha pasado por muchas cosas y que ha crecido en simbiosis con su traje de chico. Pero otra cosa que sé es que mi argumento es mi jodido argumento. ¿Acaso quiero convencer a alguien que sólo me va a escuchar cuando descubra que soy una chica?

¿Tengo que salir del armario para ser tratada como una persona a la que merece la pena escuchar? ¿Para hacer que mis compañeras de clase cis dejen de reírse de alguien que se ha encontrado con los límites de las dimensiones de la masculinidad y la feminidad de maneras que ellas no han tenido que encontrar? ¿Necesito su permiso para hablar? 

De verdad que no lo sé.

Tengo veintidós años.

Una alumna de mi clase de arte dramático sostiene un marco de espejo vacío en el centro del aula y todo el mundo está emparejado en personas y reflejos. Una compañera de clase copia mis acciones perfectamente casi al instante. Miro el espejo y veo su cara y sus pecas: levanto la mano y me veo las uñas pintadas. Me mareo mucho y tengo que salir del aula. Lloro muchísimo, sollozo y tiemblo en el baño de hombres y vuelvo veinte minutos después. La clase ha terminado.

Tengo veintitrés años.


Esto es a lo que me parezco: un chico. Un chico que ha heredado más vello corporal del que puede contrarrestar, incluso en las partes en las que se le permite. Un chico al que muchas mujeres cis miran y dicen "pareces el típico que le gusta Mac DeMarco, jaja" (Sí, me gusta.) "apuesto a que lees a Jonathan Franzen" (No lo hago.) "apuesto a que te gusta Breaking Bad" (Está bien.) "apuesto a que eres un hombre auto-proclamado feminista aliado pero no lees a mujeres autoras" (Vete a la puñetera mierda.)


Estas mujeres me han explicado, enfadadas y creyendo que tienen razón, con presumida arrogancia, lo que es una mujer trans.

Una parte de mí quiere que ellas vean los libros que tengo - quiere que ellas vean dónde están las marcas borrosas, qué páginas de qué libros están deformadas por las lágrimas de toda una década. 

La mayor parte de mí las quiere bien lejos de mis libros o de cualquier otra cosa mía.

Tengo veinticuatro años y no sé qué hacer.

Sin reservarme, abrazo la teoría del feminismo interseccional. Lo necesito - todes lo necesitamos.

¿Pero quiero unirme a los círculos interseccionales modernos que no me querrán hasta que revele mis experiencias más privadas? ¿Que me dirán que me calle hasta que desvele todos los años de disociación, de dismorfia y de disforia?

¿Necesito ser inspeccionada y analizada por la gente que se ha reído de mí para recibir mi credencial?

Tengo ahora veintiséis años y no voy a salir del armario como trans, y no estoy transicionando.  Estas son las sencillas razones:

Porque hay repercusiones sociales y financieras en transicionar que no me puedo permitir emocionalmente ni financieramente. No quiero que se me trate como si tuviera huesos de cristal por parte de amigues cis bien intencionades. No quiero que se me diga que soy "muy guapa" cuando odio mi reflejo. No me hace sentir mejor. Me hace sentir peor, y es casi imposible conseguir que la gente cis pare. Y estoy ya suficiente incómoda con el juicio lleno de odio que se me hace cuando salgo a la ciudad sola presentándome como mujer.

Hay pros y contras descomunales en salir del armario como trans y en algunos casos, como el mío, la balanza está atascada en el medio. Elijo experimentar mi disforia en privado y sin alivio para absorber la incomodidad de la gente cis delicada, para poder deslizarme por el mundo más fluidamente en un sendero espumoso de secretos y mentiras. (Aquí estoy siendo maleducada e insincera. Me da miedo que lo conceptualicéis así.) La gente gay y trans ha estado haciendo esto durante siglos. Lo que ocurre es que no pienso que el clima sea bueno para salir del armario en condiciones. Pero estoy emocionada y feliz por les niñes trans del día de mañana. Envidiosa de elles, incluso. Quizás haya una silla y un interruptor algún día.

Porque resulta que la transición no es la respuesta para todes - sugerir lo contrario es proscriptivo y de mente cerrada. Porque para algunas mujeres trans, la feminidad puede ser asintomática - cuanto más te acercas, más te da la sensación de que nunca la alcanzarás. Me doy cuenta de que no es un mensaje inspirador sino la dura verdad: algunas personas manejan mejor la disforia que otras. Cuando luchas contra ella, ella te lo devuelve. Soy farmacófoba y obsesiva compulsiva diagnosticada. Apenas puedo tomar NyQuil y un remolino en el pelo puede hacer que me suba la tensión. No soy suficientemente fuerte para esa batalla. No estoy bien equipada para la transición.

Lo mejor que puedo hacer, para mí, es despojar - tan bien como pueda - mi identidad de mi apariencia, y centrar mi atención en otras cosas. ¡No es imposible! ¡Mira a esa gente de Dust Bowl - sólo intentaban viajar por el país en un coche viejo! "¿Género?" decían, "¡apenas sé qué es eso!"


¿Espironolactona? ¡¿Qué tal un poco de pan?!

Adoro a Laura Jane Grace, pero nunca he querido ser una punk rocker. No quiero generar conversación ni ser una curiosidad, y eso es lo que yo sería en este mundo para mucha gente. Todo lo que yo quería ser es Wendy Darling. Quería ser una chica promedio, con una juventud de chica promedio. Nunca podré volver atrás y dejar que mis amigas me hagan el pelo en las fiestas de pijamas. Nunca podré volver atrás y llevar un vestido en mi graduación. Nunca podré haber tenido una juventud de chica. He tenido años para intentar estar en paz con esa pérdida, y a veces lo consigo. Somos humanes. Nada de ello es justo. A muches de nosotres se nos han arrebatado cosas.

He leído los artículos sobre el #modohuevo . Éste, en particular, es muy bueno y presenta una perspectiva valiosa y compasiva. He visto mujeres trans utilizar “huevo” a modo de broma peyorativa al referirse al momento de sus vidas durante el cual aún estaban desarrollando su presentación e ideologías, compartiendo fotos embarazosas previas a su transición y avergonzándose de sus yoes pasados por sus elecciones estéticas cuestionables. Incluso cuando es autoinfligido se me antoja demasiado duro, pero el cómo esta gente lidia con sus propias historias es asunto suyo. No obstante, cuando está dirigido a otra gente en un intento por socavar su posición o autoridad sobre su propia identidad, esto refleja un prescripcionismo y engreimiento que yo nunca habría esperado de la propia comunidad trans.  

Imagina a una mujer cis diciendo: 
Desearía verme así pero no lo hago ni puedo hacerlo. Es horrible y me hace sentir fatal y no paro de rumiar al respecto. Por eso me centro en la escritura; prefiero hacer cosas. Dedicar tiempo a y construir cosas que no son mi propio cuerpo me ayuda a sobrellevar los conflictos corporales que me han endilgado contra mi voluntad”.

Ella no parece necesitar de consejo sobre cómo el maquillaje solucionaría su problema principal, ¿verdad? Ella no parece estar haciéndolo mal. Soy ella y soy trans. Eso es todo. 

Aprecio los ánimos que recibo de mis amigxs trans, pero rechazo que se concluya que transitar es mi destino. Mi cerebro es mi cerebro; mi cuerpo es mi cuerpo. Éstos no cuadran y he elegido dedicar mi energía a aceptar esta realidad y centrarme en otras cosas en lugar de intentar cambiar mi cuerpo. No estoy promocionando mi postura frente a otras personas trans ni pretendo desanimar a nadie a seguir el camino que sienten como el mejor para sí. Admiro y aplaudo a cada persona flexible y valiente capaz de llevar a cabo ambas. 

Ahora bien, aquí están las razones complejas, la mayoría de las cuales sólo hallé mientras escribía sobre las sencillas: 

Odio que la única respuesta efectiva que yo pueda proporcionar a “los chicos son una mierda” sea “bueno, yo no soy uno”. Siento que estoy vendiendo a aquel chaval en pijama de béisbol que se sentaba conmigo en la cama mientras yo trataba de dilucidar qué se suponía que debía ser, y a todos aquellos chicos que he conocido y amado desde mi traje de chico -los cuales creían estar hablándole a un chico. Siento que estoy prendiendo fuego a la historia del cuerpo desnudo que se sienta en el suelo de mi ducha. El cuerpo que acudió al baile de fin de vistiendo de esmoquin rectangular y rígido mientras ansiaba los vestidos.

Porque no soy un chico, soy una mujer que tuvo la niñez de uno. Se me hizo y hace vivir como uno y no puedo omitir la perspectiva que eso me ha dado y unirme cuando es momento de aturdir hasta el enfado a uno de esos capullos desinformados llamándolo machito flipado y diciéndoles que su enfado es muestra de ser un machito flipado; o  bien de humillar a uno con una captura del OKCupid porque hemos metido en el mismo cajón a los torpes que a los amenazantes con tal de obtener “me gustas” en muestra de solidaridad. Es algo bien jodido. Y ha sufrido una metástasis.
Algunas mujeres trans me han dicho en privado que no están a gusto con estas cosas pero temen que señalarlo haga que dejen de gustar a las mujeres cis y pierdan su confianza. “Les sigo el juego”, dice una de ellas, “porque en la comunidad cuir quienes defienden a los hombres cis son los hombres cis. No quiero acabar poniendo en riesgo que se me lea como chica”. 

Otra dice: “entro en aquello de la misandria porque es una manera fácil de ganar puntos dentro de la comunidad, pero cuando pienso en ello me hace sentir incómoda

Otra: “Es un hábito adaptativo del cual no estoy orgullosa. Sosteniendo que “las chicas molan y los chicos dan asco” me siento más como una.”

¿Te has percatado de que cuando un producto se vende de una manera innecesariamente generizada la culpa varía según el género? ¿De que el boli rosa hecho “para mujeres” (y esto es, por supuesto, real) es una muestra del cinismo y la estupidez de la gente del marketing tratando, de manera ofensiva, de satisfacer aquellos deseos que consideran que tienen las mujeres?  ¿Y de que cuando hacen yogur “para hombres” de repente el foco está en cuán hilarante y frágil es la masculinidad; en cómo los hombres no pueden comer yogur a no ser que su pobre cerebrito esté totalmente seguro de que no los convierte en gays? #MasculinidadTanFrágil está dirigido, con malicia autocomplaciente, hacia los hombres, no los publicistas. 

Esta conclusión, muy compartida, es producto de un discurso bien preservado. No estoy diciendo “abran las compuertas, dejen pasar a esos tíos trolls de mierda”. Conozco a los trolls; han intentado ser mis amigos, han tratado de colarse en espacios feministas sin intención de escuchar o aprender. Entiendo esa desconfianza hacia los hombres que ruidosa y constantemente  no dejan de hablar sobre temas de mujeres y se niegan a reconocerlo cuando están equivocados. No estoy animando a nadie a confiar ciegamente.  Estoy suplicando a lxs agentes del discurso: tened en cuenta que esta preservación tiene efectos y tratad de mitigarlos, si es que vuestra prioridad es de veras el encontrar la verdad en medio del fango que esconde las mentiras patriarcales. Aseguraos de fijaros en si estáis diciendo y reproduciendo cosas principalmente porque suena y se siente bien y nadie las está desafiando. 

Estos nos son problemas discursivos únicamente aplicables a una mujer trans “de incógnito”, estos son problemas discursivos que son aparentemente sólo visibles para una mujer trans “de incógnito” forzada a soportar múltiples perspectivas cual jorobas de camello. 

Ciudad sin nombre. Habitantes: hombres.

Porque estoy interesada en complicar tu definición de hombría y de infancia masculina. Nací en esa mierda de ciudad, Masculinidad, llena de ideales rotos, machismo extraviado y represión, y hay alguna gente buena atrapada aquí. No están al mando. No la construyeron. Y yo no me siento bien yéndome de casa sin más y diciendo “que os jodan a todos, salid por vuestra cuenta o extinguíos, yo nunca fui uno de los vuestros”. Quiero hacer de él un lugar mejor y más saludable , no emplear todo mi tiempo en hablar sobre cuán mierda es y cómo cualquiera que eligiera vivir aquí se merece que lo sea. Y para mí eso significa tratarlos con bondad, incluso cuando lo hacen difícil. 

Esta bondad, por supuesto, se aplica también a las muchas, muchísimas mujeres cis que sé bienintencionadas y comprensivas, pero que aun así caen en los hábitos que estoy describiendo. Muchas de las personas más buenas y fuertes en mi vida, mis mejores amigxs, son mujeres -muchas de ellas cis. Si has llegado hasta aquí y únicamente estás sintiendo que debería emplear más tiempo reconociendo la lucha y frustración de las mujeres cis para atemperar mis críticas, has de saber que empleo la mayor parte de mi tiempo haciéndolo. Podría escribir centenares de artículos sobre las maneras en que los hombres y la masculinidad me han dañado a mí y a las mujeres que quiero, pero si lanzaras una piedra a Internet probablemente se toparía con uno de ellos. Este artículo es sobre aquello que no puedo decir. 

Porque no es poca cosa que las palabras “no todos los hombres” se hayan entrelazado indisolublemente con la fragilidad y los gimoteos de los hombres. Eso hace terriblemente fácil el proteger y aislar la (predominantemente cis) perspectiva femenina sobre qué son los hombres. Comenzar una frase con esas palabras, “no todos los hombres”, es preparar el terreno a cualquiera que quiera reírse de lo demás. Pero aquí está la verdad: no todos los hombres son lo que crees que son. “Hombre” no significa lo que tú crees que significa. Generalizar ampliamente y con dureza pero queriendo decir “ya sabes a cuáles me refiero” es de una pereza retórica e intelectual no pasada por alto en ningún otro caso en estas comunidades. Ya que no podemos elegir a quién afecta nuestro comportamiento y nuestras palabras, estamos obligadxs a elegirlas con cuidado.

Porque he sido reducida a mi apariencia — a esa manera en que me presento por mi propio bienestar y seguridad— por femicistas tan a menudo que siento un síndrome de Estocolmo bien jodido apegado a ser malgenerizada. Mi dismorfia está tan incrustada en mi identidad como cualquier otra cosa. He vivido con ella por décadas como una chica pretendiendo ser un chico. Y cuanto más cerca estoy de algo que he querido durante toda mi vida, más lo siento como participar de las políticas estéticas de un grupo de gente que me rechaza por aquello que asocian a mi cuerpo -uno que, en definitiva, no puedo cambiar mucho. Esa gente que sólo estará a gusto cuando diluya esas asociaciones mediante señales femeninas externas.

Como si, quizás, simplemente por ser quien soy (un cerebro que se siente chica en un cuerpo y atuendo que parecen de chico) yo estuviera quemando algo muy importante para ellas. Algo que hace sus vidas más fáciles y cómodas. 

No puedo transitar por mí aunque desearía sinceramente poder hacerlo. Nada de lo que pudiera hacer aliviaría más viejos problemas de los que causaría. Y, definitivamente, no transitaría para ellas con tal de clasificarme eficazmente en su sistema que dicta cómo se supone que ha de verse una mujer. 

Porque a mí no se me permitió decidir lo que soy. Así que bajo ningún concepto lo definirán otres.



PD.



Post de Facebook que dice: "Hombre se lamenta en una moda confusa de lo difícil que es crecer con un "cerebro de mujer" y cómo él lo tiene tan difícil comparado con todas esas privilegiadas mujeres cis."

POR FAVOR, aliadas cis, sed conscientes de que hay chicas así a vuestro alrededor y están intentando crear vínculos con vosotras a costa de cuánto apestan los hombres. Se están llamando a sí mismas feministas y están comentando “¡SÍ!” en el arte vaginocéntrico de neón que acabáis de compartir en Facebook. 


Lo que quieres decir ahora mismo es “no todas las mujeres cis”, ¡Y no pasa nada! Sólo recuerda también este sentimiento cuando escuches “no todos los hombres”.  


1 comentario:

  1. Puedo sentir tu dolor al leer esto, no he tenido el valor de leermelo de seguido.
    Un abrazo y quiero que sepas que aunque no te conozca, te apoyo.

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