jueves, 7 de marzo de 2019

Respuesta de la lesbiana trans Beth Elliot a unas TERFs que la asaltaron físicamente en la West Coast Lesbian Conference, 1973


"No. Déjame explicarte algo. Me estoy empezando a dar cuenta de que me tratáis exactamente igual que los hombres a las mujeres. Definís mi identidad, mi sexualidad, en relación a lo que queréis pensar que es verdad. Esperáis que actúe de manera sumisa y servil, entonces me tratáis como menos que humana. La idea de que pueda ser igual que vosotras os amenaza, así que me mantenéis a ralla. Esperáis que esté satisfecha con ropa y comportamientos "femeninos", y que me quede en mi sitio. Estoy aquí para ser explotada y luego descartada --- el periódico SFDOB* lo dijo impreso, públicamente. Bueno, estoy harta de esta mierda, y hay muchísimas hermanas que ven a través de ella.
Sólo os voy a conceder un punto por condicionamiento. Habiendo crecido en la América de Nixon, sois unas fascistas fabulosas."

*Más conocido como Bolleras en Bicis

jueves, 27 de julio de 2017

Yo soy una mujer. Tú eres gilipollas. (Por Kat Endgame)



Por Kat Endgame ( https://medium.com/@katendgame )

Una respuesta al ensayo de Olivia Broustra (@PolelifeandPussy)

“Yo soy una mujer. Tú eres una mujer trans. Y esa distinción importa.” ("I am a Woman. You are a Trans Woman. And That Distinction Matters.")

Traducido por Duna Haller.

Aviso de contenido: Transmisoginia, trauma, violación, suicidio, abuso, sexo, acoso sexual y bullying, cisexismo.

Prólogo: Chica dura

No leí el artículo en días, sólo conociendo su existencia porque mis redes sociales se llenaron de respuestas al texto - de amigues trans y de aliades furioses de ver otro artículo sensacionalista sobre mujeres trans. Un artículo de Medium de una autora de 24 años, Olivia Broustra, se extendió como un reguero de pólvora entre las feministas "críticas del género" y luego comenzó a circular en el amplio ecosistema feminista de Facebook.

Con cautela, me enzarcé en una serie de largas conversaciones con amigues de amigues en Facebook. A veces las conversaciones eran productivas, a veces no. La gente decía cosas terribles, algunas por inexperiencia al discutir los puntos más finos del discurso feminista trans-inclusivo y otras por malicia. Me sorprendió encontrar a alguien que conozco compartiéndolo totalmente en serio y después de que le señalé (calmadamente) que el artículo es (sangrantemente) transfóbico, ella me preguntó por qué.

Estaba un poco aturdida. Después de unas horas sin ningune aliade saltando para explicar por mí, decidí zambullirme en ello. Con el corazón lleno de temor, empecé a leer el artículo, y parecía como una especie colección de todos los argumentos anti-mujeres trans desde la publicación de “El Imperio Transexual” de Janice Raymond. Mi cerebro se enredó, tan pronto como amenazaba con escribir esto, en una espiral de vergüenza, miedo, auto-odio y duda - no porque yo secretamente crea que estas gilipollas dicen algo con sentido, sino porque me siento perseguida por los fantasmas de mis amigas muertas por suicidio. Y por demasiados años hemos estado teniendo conversaciones amigables con estas personas.

LA ÚNICA MUCHACHA ALTA EN LA FIESTA BOLLERA

Me identifico como cuir, definitivamente también me atraen los hombres, pero desde el momento en que vi a una mujer en ropa Carhartt y tirantes supe lo que era: una bollera. El mundo parece un lugar muy diferente de lo que era cuando empecé a tener esta conversación hace doce años. Cuando por fin me alejé de una vida de mentiras sonrientes y traté de vivir mi mejor vida gay, encontré una increíble y vibrante comunidad cuir para florecer. George Bush estaba en el cargo, mi estado acababa de aprobar una enmienda constitucional que prohibía el matrimonio gay, y la cultura Riot Grrrl / bollera era una isla en un mar de odio y miedo.

Incluso antes de convertirme en profesora de estudios de mujeres, estaba inmersa en el pensamiento feminista. Adoré a Ani Difranco y a Team Dresch. Leí “Unas bollos de cuidado” y “Hothead Paisan”. Estudié a Judith Butler y Audre Lord. Mi vida social giraba exclusivamente en torno a eventos de bolleras / lesbianas en mi ciudad, y en casi todos ellos yo era la única mujer trans en la habitación (todavía es una ocurrencia común).

Mi conexión con la cultura lesbiana me llevó a Michfest, y luego rápidamente a Camp Trans, ya que Michfest se había convertido en el punto cero de esta lucha ideológica entre la inclusión y la exclusión de las mujeres trans. Una lucha que, como muchos de los argumentos hechos en el artículo de Broustra, se escinde por el medio de mi cuerpo. Pasé cientos de horas en foros y en persona intentando solemnemente construir una cultura que pudiera ser inclusiva y solidaria para todas - e intentando evitar las llamaradas de ambos bandos. Intenté muy duramente ser la razonable, "auténtica" chica trans y fue una maldita pérdida de tiempo, porque no se puede razonar con personas que niegan tu humanidad.

Los argumentos que construyeron los mitos de la malvada mujer trans  depredadora sexual que vendrían a arruinar nuestra comunidad de mujeres y que "justifican" la exclusión de las mujeres trans de los espacios sociales y los servicios sociales críticos eran exactamente los mismos que Broustra está tratando de “demostrar” en su artículo de hoy.

Estimade lectore, ¡dejemos de lado algunos mitos!



Mito #1:

Las mujeres son silenciadas por los hombres. Las activistas trans han sido muy crueles conmigo y mis amigas en respuesta a nuestras ideas. Ergo, las mujeres trans son hombres.

Broustra cita numerosos ejemplos de mujeres trans que se comportan mal en Internet, y en algún nivel me compadezco. Les trolls* son un coñazo, y ser blanco de trolls es una experiencia aterradora. Dicho esto, la gran mayoría de las mujeres trans no son trolls, y serlo no te hace no ser una mujer, te hace una troll.


(Nota de la traductora: “troll” hace referencia a una persona que dedica su tiempo a insultar gratuitamente y acosar a otras personas por internet, y las hay en todos los géneros – obviamente)
¿Se ha detenido Broustra a considerar que tal vez la gente reacciona con tanta volatilidad porque sus posiciones y declaraciones son horriblemente ofensivas)

Mito #2:

A algunas supervivientes de violación se les activa un desencadenante traumático al ver un pene. Mujer Trans = Pene, por lo tanto las mujeres trans no deben ser permitidas en los espacios de mujeres.

Tratar de acomodar las necesidades de les supervivientes de abuso es una tarea extremadamente importante. He organizado un montón de eventos, y estos asuntos aparecen a menudo. Si alguien (o las personas de apoyo de alguien) se acercara a mí y dijera: "Mi abusadora, que ambas conocemos, podría estar aquí. Si ella viene, ¿puedes no dejarla entrar?", haría todo lo que estuviera en mi mano para asegurarme de que esta superviviente no tuviera que entrar en contacto con su abusadora. Esto podría hacerse de muchas maneras diferentes, pero las estrategias de apoyo de supervivientes no son el centro de este texto.

Si alguien se acercara a mí y me dijera: "Me activa el trauma la presencia de gente de ojos marrones, ¿puedes garantizarme que nadie con ojos marrones estará aquí?" le diría que se fuera a la mierda. Atender a las necesidades de una superviviente individual, especialmente una superviviente hipotética, no es una buena base para posiciones políticas generales. Tienes que personalizar tu respuesta en función del contexto y la comunidad con la que trabajas.

Además, y esto debe ser obvio, ¡no todas las mujeres trans tienen pene! Denegar el acceso de las mujeres trans a los espacios de mujeres (ejemplo de la vida real: centros de apoyo a supervivientes de violencia doméstica) sobre la base de la posibilidad de que una superviviente sufra un desencadenamiento del trauma por la visión de un pene hipotético muestra una comprensión muy pobre no sólo de cómo la mayoría de las mujeres trans se relacionan con sus cuerpos en el espacio público, sino también la miríada de formas que tienen los cuerpos de las mujeres trans. Puedo, y lo he hecho, correr por los espacios de bolleras con el culo desnudo porque yo he sido lo bastante afortunada (léase: chupé una gigantesca cantidad de penes por dinero) para hacerme una cirugía muy temprano. Una cirugía por la que pagué como 14.000 dólares de mi propio bolsillo, porque hace diez años este país era AÚN PEOR. #dejaddetocármelos #hashtaginapropiado

Mito #3:

Las mujeres trans han sido “socializadas hombre”, las mujeres cis han sido “socializadas mujer” - estas son experiencias significativamente distintas.

*Bosteza*

Estoy tan harta de esta conversación.

Las mujeres tienen todo tipo de pasados y crianzas diferentes - algunas más o menos empoderadas y más o menos traumáticas que otras. Pregúntale a cualquiera sea discapacitada, que no sea blanca, que sea migrante o hija de migrantes, que sea clase obrera, etc. Audre Lorde dijo: "No son nuestras diferencias las que nos dividen. Es nuestra incapacidad para reconocer, aceptar y celebrar esas diferencias." Creo que ella usó un argumento firme. Quiero que celebremos nuestras diferencias y construyamos movimientos feministas más robustos y firmes con las necesidades de todas las mujeres (y gente no conforme con el género), trabajando en nuestra liberación conjuntamente.

El feminismo no es un movimiento concreto, son muchos los feminismos que existen codo con codo, absorbiéndose y fragmentándose. Esta no es la primera vez que un grupo de mujeres ha sido excluido de ser "Mujer De Verdad Apropiada™”, basándose en diferencias fisiológicas y/o culturales.

Al final, obviamente, como si estuviera jugando al bingo transfóbico, ella pone de ejemplo a Caitlyn Jenner. ¡Caitlyn Jenner! ¡Ojalá pudiera no oír ese nombre otra vez! Venga, muéstrame tu evidencia anecdótica de que unas pocas famosas y ricas mujeres trans "se benefician de sus privilegios masculinos" y yo te respondería mostrándole la legión de niñas y mujeres muertas que se suicidaron o fueron asesinadas antes de tener la oportunidad de "beneficiarse del privilegio masculino”,  pero no puedo, porque tu cultura las mató. Elige una mejor mascota para tu estúpida guerra cultural.

"El privilegio masculino", como todas las formas de privilegio estructural, no es algo singular, es un mapa de muchos privilegios más pequeños que se arremolinan entre un montón de puertas de “beneficio/prejuicio”. Es difícil definir dónde se delimitan el privilegio del hombre y el privilegio de la masculinidad. El concepto es útil discutiendo a los hombres cis y su privilegio relativo a las mujeres cis, pero comienza a romperse cuando se habla de personas trans. Ningune de nosotres es un detallado resguardo de toda nuestra historia de privilegios y trauma, y ​​el privilegio no es un interruptor off / on que se establece al nacer.

Este argumento también se basa en el supuesto de que les niñes trans y cis experimentan la socialización de manera idéntica. Puedo prometeros que cuando yo era una niña de 5 años cantando canciones de la Sirenita, deseando poder ser como Ariel pero también llena de una oscura nube de temor y auto-odio al saber que estaba llena del mal satánico, yo interiorizaba mensajes sobre el género de manera diferente. Fui socializada como mujer como cualquier otra mujer por lo que yo interiorizaba, sobre lo que construí mi sentido de mí misma, no por mi lista particular de sufrimientos.

Pero realmente no tengo que explicar esto a ninguna de vosotras. Era mi niñez, no importa cuán cargada de matices, no importa que sea invisible para vuestros ojos. Son las veces que intenté suicidarme sin estar del todo convencida porque una parte pequeñísima de mí sabía que podría haber una pizca de esperanza. Es el horror y el trauma que sobreviví porque soy fuerte. Esta niñez es mía para reclamar y deconstruir, no vuestra.

Nunca vuestra.

Mito #4:

El "techo de algodón" va sobre violaciones, y definitivamente no va sobre que odiemos a las mujeres trans

El concepto de "techo de algodón" ganó un montón de tracción entre las feministas transfóbicas como un clamor lloroso de "¿ves? ¡Las horribles mujeres trans quieren violar a las lesbianas! ",lo cual sería horrible si fuera cierto.

La refutación de este concepto absurdo se reduce a esto:

-        El deseo es político.

-        Nuestros sesgos influyen en nuestro deseo.

-        Nuestras elecciones, basadas en el deseo, pueden sostener la opresión y el privilegio estructural.

Mirad el trabajo que se está haciendo desde la positividad del cuerpo y la aceptación de la gordura. Si “no gordes y no femenines" es inaceptable, también lo es "no transexuales". El argumento no es que DEBES ACOSTARTE CON MUJERES TRANS O ENTONCES ERES DEMONÍACA - sólo que si tu posición es que te sientes atraída por "mujeres", y tu concepto de "mujeres" no incluye a las mujeres trans, tu posición es tránsfoba y quizás deberías revisar tu deseo un poco. El deseo es político, y apuesto a que hay algunas mujeres súper sexis con las que podías estar saliendo si fueras menos intolerante. Algunas de ellas incluso podrían ser trans.

También ve al mito #2 anterior para ver por qué asumir la forma de los genitales de la gente es basura.

Mito #5:

Las mujeres trans me oprimen criticando mi discurso

¡Entonces considérate oprimida, cabrita! (Lo siento... no pude evitarlo).

Broustra argumenta esencialmente que debido a que los derechos de las mujeres están amenazados, y porque las lesbianas están oprimidas, las mujeres trans deben dejar de oprimir a las mujeres reales con su búsqueda tonta de justicia y respeto.

Déjame ser jodidamente clara contigo, queride lectore.

Soy una mujer. Me acosan si no me visto como una monja. Siento que la mirada masculina me sigue. Estoy profundamente horrorizada por el depredador sexual que fue elegido para la jodida presidencia. A mí también me pagan menos que a los hombres y constantemente hablan por encima de mí en mi profesión. Como básicamente todas las mujeres, yo también experimento ser avergonzada por mi cuerpo. Yo también soy una superviviente de abusos sexuales. Soy una ex trabajadora sexual. Yo también me siento en conflicto con el uso de maquillaje, con el aumento / la pérdida de peso y cada uno de los otros problemas de mierda por el que está preocupada aquí nuestra joven amiga. Es una mierda, chica, lo siento. Siento que en los últimos doce años de lucha no hubiéramos podido hacer el mundo mejor de lo que lo hicimos. Podríamos ser mucho más peligrosas luchando juntas si pudieras pausar tus prejuicios el tiempo suficiente para ver que estamos en el mismo maldito lado.

En otras, mejores palabras, Son of Baldwin escribió en Twitter:

“Podemos estar en desacuerdo y seguir amándonos a menos que tu desacuerdo esté basado en mi opresión y la negación de mi humanidad y derecho a existir.”
Podrías decirme que no soy una mujer, pero este mundo me lo recuerda cada maldito día.

Mito #6.

Es suficiente apoyar de boquita a los pronombres “preferentes” y la atención médica de las personas trans mientras discutimos contra sus identidades y pertenencia social en nuestro espacio generizado.
No, no es suficiente. ¡Sacad la palabra "aliada" de vuestra boca!
La transfobia, la homofobia y la misoginia están entrelazadas en un terrible cóctel de maldad. Cuando un niño es golpeado por ponerse pintalabios, ¿es porque piensan que es un maricón y que pueden golpearle impunemente? ¿Es porque piensan que podría ser una asquerosa transexual? ¿O es sólo que está actuando como una mujer y lo peor a lo que un chico podría parecerse es a una mujer? Podríais articular cada una de esas opciones, pero todas ellas están conectadas por la denigración de la feminidad y la violencia del patriarcado. Cuando nos resistimos a esta, debemos resistir en todos los ejes de opresión en solidaridad unes con otres.
Resistencia significa trabajo, trabajo para ser responsable de nuestros privilegios. Trabajar para empoderarse mutuamente. Trabajar para desmantelar las estructuras del Patriarcado Capitalista Supremacista Blanco. Realmente no me importa si dices bien mi pronombre porque sé que me llamarás “él” por puro despecho de todas maneras. Me importa que dejes de golpear hacia abajo y empieces a trabajarte tu mierda para que más de mis amigas puedan seguir viviendo y podemos llegar a trabajar en destrozar todo este sistema.

Mi libertad de existir sin miedo es en última instancia tu libertad de existir sin miedo.

Epílogo: La muchacha agotada está agotada

Broustra escribe:

    
"Si el movimiento de las mujeres transgénero quiere que todas las mujeres estén de su lado, la manera de obtener nuestro apoyo es no ignorarnos cuando clamamos por las diferencias y expresamos nuestras necesidades como mujeres nacidas mujeres, eso nos dificulta más oíros."
Cariño, no te estoy ignorando. He estado escuchando a mujeres como tú explicarme por qué soy un monstruo literalmente la mitad del tiempo que has estado viva. Tú no estás expresando las necesidades de las mujeres oprimidas - el movimiento de mujeres ya ha avanzado sin vosotras. No hay "movimiento de las mujeres transgénero".

A menos que cuentes nuestros grupos secretos de Facebook donde tratamos de convencernos mutuamente de no suicidarnos.

En la pequeña medida en que alguien se preocupa aunque sea un poco por nuestras necesidades, es bajo la forma de instituciones liberales que implementan una premisa básica de: "Las mujeres trans son mujeres y no deben ser excluidas de los espacios de mujeres basado en que sean trans." Hay mucho más trabajo que hacer para apoyar la vida de las mujeres trans y su capacidad de acceder a los servicios vitales - y mientras gritas que “nuestros” derechos como mujeres están bajo ataque (a estas alturas de la película de manera totalmente hipotética), las legislaturas de todo el país están tratando de convertir en ilegal que yo mee en la misma habitación que tú.
Broustra continúa:

    
"El movimiento de mujeres transgénero no puede ser otro movimiento que oprime a las mujeres, pero eso es (sic) en lo que (sic) se está convirtiendo aparentemente."
Vamos a ver, les debes a las mujeres trans de color iniciar ese movimiento que te ha dado el derecho a casarte. Las amenazas del supuesto "movimiento de las mujeres transgénero" han existido desde hace mucho tiempo, en todas nosotras las que nos negamos a morirnos, y si alguna vez oprimen a las mujeres, es porque nos estamos oprimiendo a nosotras mismas.
Somos mujeres.

¿Tú? Tú eres gilipollas.

El(los) movimiento(s) Feminista(s) seguirán aquí esperándoos a vosotras con los brazos abiertos, cuando sea que decidáis dejar de odiar y atacar a las mujeres trans con burla y marginalización. Tenemos trabajo real que hacer.



Crédito de la imagen:

"Lobo en piel de oveja" por Mr. Blue MauMau, licenciado bajo CC BY 2.0

sábado, 1 de abril de 2017

El infierno de los baños segregados por género, la romantificación de la exclusión


Aviso de contenido: violación, abusos sexuales en la infancia, acoso sexual, bullying, violencia transmisógina





En los últimos días, dentro del femicismo, se ha extendido un mensaje de sororidad entre mujeres basado en los momentos “compartidos en los baños de discoteca”, que ha llegado hasta un artículo en El País ( http://verne.elpais.com/verne/2017/03/06/articulo/1488816514_803075.html  ) y que ha circulado masivamente por mis redes sociales, de manera que me era absolutamente imposible evitar verlo.



Este último año, además, se han puesto en práctica en varios estados de Estados Unidos varias leyes para obligar a las personas trans a ir al baño de su género incorrectamente asignado al nacer, poniendo así en peligro a las mujeres trans, personas transfemeninas y personas de género no conforme que sufren transmisoginia, pues nos veríamos obligadas a ir a baños de hombres o a ser expulsadas del baño (muchas veces de manera violenta o por la policía). Este modelo parece que quiere extenderse globalmente con este virus infeccioso que es el capitalismo (está pasando en México, de la mano de policías, por ejemplo http://verne.elpais.com/verne/2016/10/28/mexico/1477665379_338713.html ).

La raíz de eso es la creencia transmisógina y absolutamente infundada de que las mujeres trans son hombres vestidos de mujeres que quieren agredir sexualmente a otras mujeres (no existe ningún registro de nada parecido ocurriendo en un servicio nunca - por supuesto sí de hombres acosando a mujeres en los servicios, como en cualquier otro espacio público  o semipúblico -). Además (y de esto se habla menos), de la romantificación del servicio de mujeres como un sitio “seguro”, “de refugio”, “que debe de ser protegido de los hombres”. Esto tiene un efecto muy real y directamente del patriarcado: al generar un espacio como  - idealizadamente - “seguro”, el otro espacio (eso es, el baño de hombres) es donde no funcionan las reglas de la “seguridad”, allí no hay nada (ni nadie) que proteger. Es un espacio de libertad y camaradería masculina. En definitiva, un espacio peligroso para quien no es un hombre.



Para las personas transfemeninas, ir a un servicio público es un acto de riesgo, un recordatorio de que nunca seremos vistas como chicas, en forma de miradas e incluso exclusión explícita (yo (y muchas de mis amigas) he sido expulsada varias veces de servicios por mujeres empeñadas en que yo no entraba ahí). La segregación de los baños tiene consecuencias negativas en las mujeres trans y todas las personas transfemeninas, pues quedamos relegadas a tomar siempre una decisión en la que siempre se puede ver puesta en riesgo nuestra seguridad e integridad física (pues una persona transfemenina en un baño masculino es susceptible de miradas y agresiones – muchos hombres cishetero odian y fetichizan a las mujeres trans a partes iguales como forma de construir su propia masculinidad tóxica, y conforme vamos apareciendo hipervisibilizadas en los medios de comunicación esta violencia se refuerza y se hace más explícita –).

Cuando tenía 7 años,  sufrí una violación en un aseo masculino, el de mi género asignado al nacer, a pesar de que yo no era un chico.

Cuando tenía 13 años, en los vestuarios masculinos del instituto, no quería quitarme la camiseta, y por eso se burlaron de mí, me empujaron y más tarde me tiraron un balón medicinal a la cara.

Más tarde y ya fuera del armario, he sufrido varios intentos de agresión sexual en baños.

Siempre que me pasó en el de hombres había entrado porque las experiencias de ser expulsada del de mujeres me hacían pensar que era la mejor idea.

Cada vez que voy al baño, tomo una decisión que siempre supone algún tipo de riesgo de agresión o, como poco, de sufrir miradas y risas, que resultan un activador de mi miedo al bullying desarrollado durante años de acoso escolar.



Por eso, muchas personas trans (especialmente transfemeninas) hemos abogado por la creación de baños no generizados ( http://www.huffingtonpost.com/kat-blaque/defecating-while-trans_b_9560736.html , http://transwellness.org/resources/educational-materials/gender-neutral-bathrooms/ ).

Es decir, queremos eliminar los marcadores de género de los baños, de manera que las personas transfemeninas y mujeres trans no estemos en peligro de ser excluidas del servicio de mujeres ni atacadas en un servicio de hombres. Sobretodo, esto es especialmente importante para les menores trans, además eliminaría esa barrera de “los espacios seguros” y “la gente a la que proteger” (completamente fuera de sitio, pues en los servicios de mujeres no son más probables las agresiones sexistas que en ningún otro sitio público y sin embargo en los de hombres – a personas trans – sí, precisamente por el refuerzo de este espacio como un espacio de masculinidad – ¿sobra decir tóxica? – .),  y no generaría en el imaginario estos espacios violentos y cisexistas desde pequeñes. Lo ideal: los baños serían vistos como un sitio al que ir a hacer cada une sus necesidades, y no como espacios generizados y donde la presencia de alguien con una generización no hegemónica suponga peligro, morbo, asco…

Cuando se compartió esta foto, ¿dónde están todas esas feministas aliadas que nos siguen a personas trans, que luchamos activamente por la necesidad de baños sin segregación de género?

¿Dónde estaban mis amigas que saben que mi experiencia con los baños puede llegar a ser / ha sido extremadamente violenta?

Por supuesto, compartiendo la foto.



La sororidad no puede ser sororidad si es a causa del trauma de personas sobre las que tienes una situación de privilegio. La seguridad y los lazos de amistad forjados no pueden ser en torno a espacios que son violentos para chicas maltratadas por el patriarcado. Reforzar el cisexismo de los baños segregados por género romantificando los baños de mujeres daña directamente a las mujeres trans y a todas las personas que hemos sido excluidas de estos espacios, creados directamente desde el patriarcado y basados en reforzar las normas de género y un violento cisexismo.

Sí, cada vez que compartís esa foto, cada vez que ejercéis la “sororidad de baño” exclusivamente con otras tipas cis y sin daros cuenta de lo tremendamente peligrosos que son estos espacios para nosotras, es violento.

Y no entiendo que lo celebréis.
Como siempre, el femicismo es de unas y para el beneficio de ellas, a costa de la exclusión y la problemática que puede darse en torno a los temas romantificados en esta "sororidad" o "feminidad compartida" artificial y exclusionaria.

domingo, 9 de octubre de 2016

La mirada cis, primer post (traducción de un texto de Valkyrie Thunderbitch)


Original por Valkyrie Thunderbitch: http://valkyriethunderbitch.tumblr.com/post/150463995168/opiumhug-its-infinitely-more-accurate-to
(por favor, si podéis donad a la autora, está en una situación difícil - más información en su tumblr)

Traducido por Duna Ruiditos.

  • opiumhug:
    es infinitamente más preciso caracterizar a una mujer trans como una mujer que finge ser un hombre que decir que ella es un hombre que finge ser una mujer

Este es un argumento muy importante, y da en el clavo con el hecho de que incluso cuando la gente cis trata genuinamente de entender a las personas trans, tienden a revertir completamente el significado de lo que es ser una mujer trans y lo que es ser un hombre trans.


Cuando un hombre trata de imaginar cómo sería ser trans, inevitablemente ese hombre se pregunta cómo sería si "quisiera ser una mujer", porque eso es lo que la mayoría de gente piensa que somos las mujeres trans.

En su lugar, debería empatizar con los hombres trans. Debería pensar sobre su infancia y su relación con la masculinidad, y luego preguntarse cómo habría transcurrido su vida si hubiera crecido bajo el imperativo de ser una niña, siendo obligado a ponerse vestidos, nunca reconocido por otros chicos como chico... para entonces experimentar el horror de una pubertad equivocada y acabar convirtiéndose en una gigante fábrica de estrógenos.


Muchas mujeres cis, especialmente en entornos LGBT, caen en la trampa de empatizar e identificarse más con hombres trans porque la misma transmisoginia que defiende que existe un vínculo entre las mujeres trans y los hombres cis también defiende que existe uno entre hombres trans y mujeres cis.

En su lugar, las mujeres cis deberían preguntarse cómo habría transcurrido su vida si su feminidad nunca hubiera sido reconocida. ¿Cómo te habrías sentido si al crecer te hubieran dicho que eras un niño, que no puedes desviarse de los estereotipos masculinos (a menudo con repercusiones violentas si lo haces), siempre vista por otras mujeres como un chico repelente o un macho depredador, expuesta al horror absoluto que es ser una mujer en espacios masculinos cuando piensan que ninguna mujer está cerca, y que la testosterona distorsionase tu cuerpo irreparablemente sólo para que finalmente todo el mundo a tu alrededor utilice tu anatomía y tu apariencia para negar para siempre tu condición de mujer, y donde la mejor salida posible es transicionar y vivir tu vida en la pobreza luchando contra la soledad y la disforia, y rodeada de gente que piensa que eres un monstruo repugnante y subhumano que deberían estar encerrado o ser abandonado?




Si quieres  preocuparte acerca de los hombres que pretenden ser mujeres, presta más atención a los hombres trans. Son hombres que se ven obligados a fingir ser mujeres, y aunque eso les jode la vida, eso no cambia el hecho de que son hombres en los espacios de mujeres, y muchos de ellos se aprovechan de las ideas transmisóginas acerca del género para permanecer en esos espacios incluso después de salir del armario y transicionar.* Basta con mirar a todos los hombres trans en las universidades de mujeres - escuelas que en la mayoría de los casos no permitirán entrar a las mujeres trans.

Las mujeres trans siempre han sido mujeres.[1]

Los hombres trans siempre han sido hombres.[2]


Una mujer trans no puede ser un "hombre que finge ser una mujer", porque, por definición, no somos los hombres y nunca lo fuimos.

*Transicionar se entiende como proceso social, y no proceso médico. [Nota de la traductora]

[1] y [2] "Trans women have always been female." y "Trans men have always been male."



sábado, 24 de septiembre de 2016

Contribución de una transfeminista materialista acerca de la validez del símbolo de la castración como herramienta de combate en el activismo feminista


Aviso de contenido: Disforia, mención de la violación, violencia médica a personas trans e intersex, transmisoginia

Por Rosabella

Nosotres somos personas trans (marxistas, anarquistas, etc) en una lucha desde un punto de vista de hegemonía cultural, qué quiere decir esto?

Esto quiere decir que tenemos la necesidad de hacer frente juntes contra las representaciones y símbolos de la ideología dominante. Pero, debido a ciertos posicionamientos artísticos en el activismo con respecto a la mutilación de penes: ¿Qué significa a día de hoy la representación de un pene cortado, descuartizado o quemado?

Cuando sabemos que la mutilación de penes forma parte de la violencia de la ideología de la norma binaria, que esta mutilación se inscribe en una práctica corriente para que las identidades "problemáticas" entren en las 'cajitas' imprescindibles para el buen funcionamiento del capitalismo patriarcal, que esta mutilación es sufrida más todavía por las personas intersex (no pueden decir no porque son mutilades al nacer), cuando sabemos todo eso, cuando sabemos los efectos psicológicos que tienen por un lado las expectativas del cuerpo médico/psiquiátrico sobre la mutilación de transfemeninas y por otro cómo este simbolismo es empleado en el activismo feminista mainstream, no podemos hacer oídos sordos.

Por supuesto que la cuestión de la violación es importante abordarla (siendo la castración el castigo máximo para el agresor) pero... en tanto que transfemenina que ha sido violada, ¿debería pues, odiar mi pene? Al principio yo estaba en esta percepción de las cosas pero después me he dado cuenta de la auto-mutilación psicológica que he ejercido contra mí misma a cuenta de esto.

Entonces ¿tengo que seguir odiando mi pene? ¿tengo que seguir aceptando que estas imágenes me asignen un rol enemigo porque tengo un pene?

Págame un viaje a Tailandia para que pueda tener una vagina funcional que me dé placer también y luego ya si eso hablamos (pero ni a ese precio traicionaría a mis hermanas).

Disculpad esta disgresión, ¿por dónde iba? Ah, sí! Hablaba de un punto de vista materialista y de una lucha que se sitúa en el centro de la hegemonía cultural. Si queréis que luchemos juntes, es necesario interrogarse sobre estas cuestiones porque aparte de ser una concepción fetichista y estática del símbolo (no alterado por las contradicciones históticas, como si cortar penes fuera un símbolo universal contra la violencia masculina), existe esta necesidad de saber la repercursión de esta imaginería y sobre en qué repercute, porque queráis o no, estos símbolos sirven a la ideología de las normas de género.

Si rechazáis efectuar una autocrítica sobre estas cuestiones, la escisión en el movimiento tendrá lugar y será tan dolorosa para vosotres como para nosotres, porque sólo las personas trans juntes (transfemeninas, transmasculinos, no binaries) podremos ganar la lucha contra la ideología de la normatividad de género.

Separades seremos débiles y perderemos seguro.

No seáis más izquierdistas que les izquierdistas.

lunes, 25 de julio de 2016

Soy una mujer trans. Estoy en el armario. No voy a salir. Por Jennifer Coates.



Aviso de contenido: Transmisoginia, disforia, suicidio, trastornos alimenticios.

Artículo original: https://medium.com/@jencoates/i-am-a-transwoman-i-am-in-the-closet-i-am-not-coming-out-4c2dd1907e42#.mcosmrs88

Traducido por Duna Haller, Gabriella Lucía Aranguren, Ana González, Arantxa Llano, Darío Gael Gómez de Barreda, Demonio Blanco y Marcos Teruel.


NOTA: GUAU, escribí esta pieza de forma anónima y privada y no tenía la intención de que nadie lo leyera realmente. Fue para mí una manera de desahogar la frustración sin ponerme en riesgo. No tweeteé, no lo compartí ni lo difundí. Alguien lo encontró y lo extendió y eso es perfectamente válido, pero lo que estás leyendo es esencialmente una entrada del diario.

Si eres trans y estás en el armario o sospechas que puedas serlo, NO trates mis decisiones como consejos - se basan en mis circunstancias. Busca a y habla con otras mujeres trans y absorbe sus experiencias, también. La transición ayuda a mucha, mucha gente y vivir escondida puede ser mucho más perjudicial. Que esta sea una de las muchas narrativas que lees.









¡Pero voy a hablar a través de la puerta!

Resentimientos sobre el tema de que "la única mujer trans real es una mujer trans fuera del armario".

Aquí van algunas piezas de mi historia. No son todas pero es más privacidad de la que nunca haya querido sacrificar.

Tengo seis años

Me despierto de un sueño en el que soy una chica. Mi corazón se acelera y siento nauseas. No son nauseas de disgusto, sino de vergüenza. No es la primera vez que he tenido este sueño, a pesar de que es uno de mis primeros recuerdos. Lo que siento (aunque aún no tengo capacidad para usar esta metáfora, me llevará unos años) es como si accidentalmente expusiera delante de mi clase, a través de un cable HDMI, mi historial de navegación más íntimo. Siento que de alguna manera me han pillado –como si todo el mundo hubiese visto mi sueño en los suyos la noche anterior. Pero quiero volver a soñarlo. Tengo seis años y creo en Dios, así que rezo para soñarlo otra vez, cosa que - efectivamente - vuelve a suceder.

Correlación, te presento a causalidad. No hagáis cosas raras.

Tengo siete años

En el colegio, leemos el capítulo de un libro en el que un chico que se convierte en chica. Mi corazón late con tal fuerza que lo noto en mis dientes y siento que todo el mundo me está mirando. Evidentemente, no lo están haciendo. Vuelvo a casa y me quedo mirando la carátula del libro donde el chico está mirando dentro de un espejo y en el reflejo ve a una chica, empiezo a llorar.

Escucho ese rollo de que si le pides tu sueño a una estrella, se hace realidad. Casi todas las noches me escapo de la cama para mirar a través de la ventana, deseando a cada estrella que veo, haciendo todo lo que está en mi mano. Alguna vez, esa creencia irracional me dice que si lo deseo en voz alta una y mil veces, me despertaré con el pelo largo, un lindo pijama y con un nombre diferente – quizá pecas. Para mí, mil veces es un número tan potente y tan suficientemente grande para que el Universo – que escucha cada noche de desesperación, como susurro mi deseo  - no se olvide de mí. Ojalá fuese una chica, me digo una y otra vez (mostrando una comprensión francamente impresionante del pretérito imperfecto del subjuntivo). Veo que pronto voy a estar cantando la melodía de “The Farmer in Dell” (El granjero en el valle). Me río en voz alta y me da la sensación de que soy dos personas sentadas en la misma cama – yo en pijama de béisbol y yo vestida con el precioso camisón lila que tanto adoro de Wendy Darling.

Soy consciente de que la película donde aparece Pepito Grillo no es la misma que donde aparece Wendy Darling. No seas pedante; tan sólo tengo 7 años. 

Tengo ocho años

Me encanta estar rodeada de mujeres – mis profesoras, las amigas de mi madre, mis compis de clase. No quiero jugar con chicos. Por lo general,  los chicos me parecen tontos y tiene mocos. Hago un examen de género metiéndome tímidamente el dedo anular en la nariz. Cuando juego en el ordenador en la intimidad, elijo un personaje femenino. Si me veo segura, escribo un nombre femenino, “Kimberly” es uno que me gusta, porque Kimberly es la power ranger rosa.

Cuando pregunto si puedo dormir a casa de amigas, me dicen que no puedo. Que los chicos no pueden.  La madre de mi amiga Caitie lo justifica con mi madre vía telefónica. Me doy cuenta de que mi madre no está de mi parte. 

Después, mi madre me dice que la mamá de Caitie está divorciada, lleva tatuajes, duerme en una cama de agua, no me parece muy claro qué tiene que ver todo esto. Yo pienso que la madre de Caitie es guay.

Tengo nueve años

Me encanta cada cosa que mi hermana adora pero no lo admito. Sé que ella y sus amigas se ríen de mí. Sé que mis padres van a castigarme y corregir mi comportamiento. Voy entendiendo las reglas del juego y aprendiendo que si me gustan las cosas de niñas no va a ser un camino de rosas para mí. Los adultos reaccionan de la misma manera ante mi interés por el maquillaje que ante mi interés por cerillas y mecheros. 

Como si por casualidad, siendo como realmente soy, lograse que se quemara algo importante en su interior. Algo que les está haciendo la vida más cómoda y fácil. 

Estoy celosa de la ropa de mi hermana. Un día, estando sola después del colegio, me colé en su cuarto para buscar en su armario el disfraz de Hallowen de Campanilla. Me deslicé dentro del vestido colocando los tirantes sobre los hombros, después las medias sobre mis piernas. Encaja a la perfección. Mi corazón se siente como el puño de una persona atrapada bajo un lago congelado, golpeando la superficie desde abajo. ¿Cómo podía sentir algo tan maravilloso y desgraciado al mismo tiempo? No me siento más liberada – parece que he soltado un peso para coger otro. Corro a mi habitación para esconder el disfraz debajo de la cama. Al rato, lo devuelvo a la habitación de mi hermana.  

Será la primera pero no la última vez que lo haga. 

Tengo diez años

Veo la televisión a diario al salir de clase. Me atrae la ciencia ficción y los programas de temática sobrenatural. En estos programas existen personajes malvados que tienen la habilidad de cambiar de cuerpo o de forma. Hay máquinas que intercambian los cerebros entre personas. Incluso en los espectáculos más realistas hay escenarios estrafalarios “Ponte en mi lugar” donde un hermano y la hermana intercambian roles y pasan un día aprendiendo lo difícil que es la vida del otro. Me cuesta entender porque el hermano no se postra de rodillas dando gracias.

Spoiler: ¡Resulta que sus vidas son igual de difíciles por diferentes razones! Desenlace cómodo para los guionistas que casi tuvieron que considerar una existencia no igualitaria mediada por el caos, el patriarcado, y la contradicción en lugar de la magia, la consistencia, y la resolución de la narrativa.



"La hierba es siempre más verde", grita el guionista mientras se incorpora de la cama y se coge su cuadernillo de apuntes

Tengo once años

Estoy en la habitación de un hotel viendo el show de Maury Povich. Un reparto de bellas mujeres se abre camino en el escenario y se nos invita a adivinar cuáles son “reales” y cuáles son “transexuales”. No tengo ni idea sobre el significado de esas palabras. No llego a entender del todo lo que es “gay”, aunque lo intento. Sospecho que “transexual” está relacionado con “gay” pero eso no me molesta. En su lugar, al igual que la máquina de café borbotea un erupto agrio, siento como la esperanza brota dentro de mí. ¿Cuánto costará sentarse en la silla y hacer el cambio? ¿Dolerá? No me importa. Un poco de dolor puede aguantarse.

Tengo doce años.

Estoy viendo una cinta VHS en clase de salud, nos la ha puesto un profesor sustituto con pocas ganas de estar ahí, la ha cogido de un montón de ellas.

Es un documental de interés humano de los noventa, grabado de la televisión. Es sobre una gente a la que llaman “transexuales” y presenta el discurso típico y fácil de digerir de “nacer en el cuerpo equivocado” que estará en boga durante al menos una década más. La gente del documental no es como la que aparecen en la televisión, guapa, sonriente y venida a veces del Hawaii. No, es gente cansada, vieja, de lugares no exóticos. El documental habla de la vaginoplastia. El comentarista usa comentarios como “los intentos del cirujano”, “dilatador” y “rescate”. También “hormonas” y “osteoporosis”. Le tengo miedo a las agujas, a las pastillas, a los escalpelos y a los hospitales. El comentarista habla de “un largo camino hacia la recuperación”.  Me doy cuenta de que no existe ni silla ni interruptor. Las esposas, anteriormente maridos,  agotadas y de regiones rurales del interior, se han dejado crecer el pelo y llevan vestidos. Parecen felices.

Desde entonces hasta hoy, como mucho me habré pasado dos días sin pensar en esto. Leo historias sobre mujeres fuertes y aventureras  hasta tarde solo para evitar pensar en cómo es mi cuerpo bajo las sábanas.

Tengo trece años.

Internet ya está aquí y me he dado cuenta con alivio que existe, al menos por ahora, una condición llamada disforia de género. Desconozco aún que en la década que está por venir se desatarán guerras culturales sobre cuál es la mejor manera de llamarme y mucho menos que pasará aquí, en este internet desde donde imprimo fotos de chicas que mis padres asumen que lo hago porque me gustan.

Me creo una cuenta falsa de AOL Instant Messenger y le digo a mis compis de colegio que soy mi propia novia, Jennifer, de un pueblo de al lado. Uso este perfil más que el mío. Jennifer hace todo lo que hago y todo lo que no me dejan hacer.

Empiezo a desarrollar un trastorno de conducta alimentaria.

Tengo catorce años.

Comienzo a mostrar un interés en la programación, lo que podría ser el signo más evidente hasta ahora.

Cuando ayudo a mi padre a construir cosas, él me llama fuerte. Siento que estoy ganando algo y perdiendo algo al mismo tiempo.

Tengo quince años.

Me traslado a la costa este y voy a un internado para chicos con una beca. No me gusta la idea de tener que pasar todo el tiempo con otros chicos. Los chicos son inmaduros. Los chicos son hipersexuales. Los chicos son violentos.

Me baño en mitad de la noche, cuando los baños comunes están vacíos. Más de una vez estoy muy enubilada para hacer esto. Mi pene se estira. Los dedos de un jugador de fútbol buscan entre mis nalgas apretados mientras él le pregunta si soy gay, y si por eso tengo miedo de ducharme con los demás. Esta no es mi gente.

Tengo dieciséis años.

Algunos de ellos son mi gente. Conozco a chicos a los que les gusta leer lo que me gusta leer. Conozco a chicos que también tienen terribles secretos. Conozco a chicos que están de acuerdo conmigo en que es terrible ser un chico, aunque no parecen querer decir lo mismo que yo. No estamos orgullosos de ser chicos, pero tenemos que divertirnos con los demás. Tiramos piedras en estanques y tenemos las típicas discusiones de los dieciséis años sobre viajes en el tiempo. Robamos los condones de la farmacia. Nos pegamos a veces. Vemos El Club de la Lucha y  nos pegamos llevando calcetines en nuestras manos como guantes de boxeo. Después nos frotamos el vientre, incluso los jugadores de fútbol. Nos colamos en las habitaciones de los otros por la noche para contarnos historias. Descargamos episodios de “Blue Clue” en LimeWire como capricho y cada semana los vemos juntos y agradecidos. Mentimos sobre nuestras experiencias sexuales, pero escuchamos absortos a las mentiras de los demás como si fueran a contener trazas de verdad, como piedras de cuarzo preciosas. Algunos de los chicos son heteros y algunos son gays  – me beso con algunos de cada. Soy consciente de que no amo a los chicos de la misma manera que amo a las chicas, pero los amo aun así. Me pregunto lo que esto significa - si el hecho de que yo prefiera a las chicas sería una prueba de mi infancia masculina.

Uno de los chicos, de Corea, es circuncidado a los dieciséis años, porque la chica a la que pide salir para el baile - Sadie Hawkins- se burla de su pene sin cortar.

Tengo diecisiete años.

Las chicas empiezan a pensar que soy un chico mono. Yo empiezo a pensar que soy una chica fea. 

Tengo dieciocho años.

Laura Jane Grace sale del armario. En la revista Rolling Stone, relata su infancia pasada: "[oraba] a Dios: ‘Dios mío, por favor, cuando me despierte, quiero un cuerpo femenino.’ En otras ocasiones le decía el diablo: 'Prometo pasar el resto de mi vida como una asesina en serie si me conviertes en una mujer’ ".

Estoy en la universidad. Me entero de que algunas personas piden ser llamades por diferentes pronombres. Veo cómo se siente en mi cabeza. Realmente no notaría la diferencia. Todavía quiero sentarme en esa silla y pulsar el botón. Los pronombres son la menor de mis preocupaciones.

Visito una universidad de mujeres. Estoy rodeada de nuevas mujeres e instantáneamente nos sentimos cómodas unas con las otras. Asisto a una conferencia. La ponente grita "quién puede ser una mujer?", y una multitud de mujeres cis responde "cualquier persona que quiera serlo!". El sentimiento es agradable, pero pienso sobre los años que pasé mirando por la ventana a las estrellas y me siento de pronto incómoda.

Más tarde durante ese viaje que estoy hablando con mis nuevas amigas sobre la feminidad. Una de ellas me dice, enfadada, que no se me permite hablar de la feminidad porque soy un chico cis hetero. No es mi lugar y no es mi territorio. Debería callarme y escuchar. ¿Es esta mi gente?

No la corrijo. Nunca corrijo a nadie.

Me han dicho que hay algo especial - algo inefable - sobre la amistad entre mujeres. Me han dicho que yo no podría comprender o experimentar esto. Dijeron que mujer es toda aquella que quiere serlo - ¿es eso cierto? ¿Qué dice esto sobre mis amistades con chicas?

Comienzo a considerar quién podría ser yo, si mi feminidad no se ha contado simplemente porque no la confesé abiertamente. Pienso en mi  masculinidad – en mi infancia y adolescencia, cómo mis experiencias con los chicos se desviaron de lo que me enseñaron a esperar. Cambio mi trabajo de grado y paso un año escribiendo sobre la feminidad en chicos que no se identifican como gays. Desde la masculinidad de la estética de la década de 1880 a las estrellas de radio de vodevil. Con el tiempo, lo veo como una carta de amor / odio a las películas de adolescencia de los años 80, los años 90 y principios de los 00, y escribo mi tesis sobre la amistad y la sexualidad de los adolescentes norteamericanos y su representación en la televisión y el cine. Uno de los comentarios que me harán a la tesis será "Estoy tan harta de chicos escribiendo sobre chicos siempre."

Pienso en que me dijeron que no estaba permitido que yo hablara de feminidad. Me pregunto qué es lo que se permite a una persona como yo decir.

Uno de los chicos del internado, con quien he comenzado a ducharme por la noche, me dice chasqueando los dientes que es demasiado delgado y demasiado gordo, y se tira delante de un tren. 

Tengo diecinueve años.

Estoy en una clase de estudios de género. Todavía estoy desconcertada que el tema en el que he estado pensando, leyendo acerca de y estudiando obsesivamente desde que mi vida comenzó es ahora una cosa que mis amigas quieren estudiar en clase.

Me han dicho que la masculinidad existe en oposición a la feminidad y que es inequívocamente tóxica. Pienso en mis crueles "referentes" masculinos. Lo que me han asignado a lo largo de mi vida. Pienso acerca del jugador de fútbol que me tocó el culo, ​​y cientos y cientos de otras cosas.

Pienso también en otros referentes masculinos que me he encontrado. Y pienso en los chicos con los que me quedé hasta tarde contándonos historias reveladoras. Y los chicos me besaron. Y los chicos que me han apoyado. Y los chicos me apoyaron. Y cientos y cientos de otras cosas. Y pienso en mí.

Levanto la mano y con timidez, con cuidado, disiento. Sé lo que parece.

Mi profesora pone los ojos en blanco. El resto de la clase son mujeres cis; ellas se ríen. Las buenas cualidades que estoy hablando son en realidad la feminidad, me explican.

Yo digo que siento que reclamar que el auto-sacrificio y la bondad son valores femeninos que los hombres han tomado es como afirmar que los valores judíos son valores budistas que los judíos han tomado.

Una de las estudiantes me dice que no puedo ser objetiva acerca de la masculinidad porque soy un chico cis hetero, y que debería callar y escuchar. ¿Es esta mi gente?

No les corrijo. Nunca corrijo a nadie.

Es interesante ver que las personas insisten en la proximidad de un tema hace que une esté informade, y a su vez insisten en que hace la visión sesgada. Es interesante que piensan que es su posición la de decir estas cosas.

Tengo a mano un panfleto sobre la medicalización y patologización de las identidades trans, especialmente en lo que afecta el desarrollo de la legislación y de los beneficios de les usuaries. Me gusta este problema porque es difícil. Es un problema práctico que requiere una delimitación entre "debería ser" y "es." Hay dos bandos y hay factores importantes en los dos. Tener la mente abierta es aceptar la liminalidad.

Liminalidad se convierte en mi palabra favorita.








Tengo veinte años.


Veo por primera vez Hedwig & The Angry Inch. Cuando acaba la peli, Hedwig está desnuda y sin peluca y húmeda: andrógina, con un cuerpo ni masculino ni femenino. El compañero masculino de Hedwig, Yitzhak, interpretado por la guapísima Miriam Shor, con su mandíbula cuadrada y vello facial protésico, recibe una peluca y un vestido. Hace todo lo que puede para parecer un hombre muy falto de su feminidad cuya compensación al fin ha llegado. No puedo fingir que es un hombre, pero lloro cada vez que la veo.




Quizás seas cis si: esto no te deja completamente jodide.




Este año también empiezo a asistir a espectáculos drag, tanto en el campus como en la ciudad. Pienso en lo mucho mejor que me siento con maquillaje (y lo mucho peor que me siento con maquillaje).


No puedo, como muches otres hacen, fingir que me creo que los himnos de Beyoncé hacia la belleza, la perfección y el Así Me He Levantado tratan sobre mí o son para mí...


Laura Jane Grace lanza Transgender Dysphoria Blues, y hace que se me hinche el pecho como solo una voz solidaria puede. Mis amigas cis me miran de reojo cada vez que la pongo y me recuerdan que "no es solo un temazo: es una canción con un mensaje."

Me convierto en una gran fan de Eddie Izzard, que se describe a sí mismo como un "lesbiano". Aunque mucha gente le acusa de misoginia interiorizada  ( con miedo a llamarse trans a sí mismo ),  al menos yo admiro su rechazo a los constantes intentos de encajar su identidad en una taxonomía universal que alguien ha decidido por él. Admiro su enfoque. Admiro su valentía cuando lleva vestidos en el escenario. Respeto su posición cuando en la tele le obligan a llevar traje. Admiro su disposición a ser algo confuso. Creo que no somos lo mismo, pero creo que hemos llegado a la misma conclusión.

Algunas noches, siempre sola, salgo con maquillaje robado y ropa de mujer con un DNI que estaba en una cartera perdida. Nunca me siento más hombre que esas noches.

Está oscuro. Me pongo medias. Me siento en los bares y bebo sola. Mucho de lo que sucede es lo que cabría esperar.

El predominio de la narrativa de "nació en el cuerpo equivocado" se desvanece. La fluidez de género gana popularidad. Las identidades no binarias y agénero se exploran y se clasifican en Tumblr. Me siento poca cosa frente a esa gente disidente, guapa, con sus chaquetas vaqueras, sus pajaritas y sus rapados teñidos, porque la aburrida y binarista narrativa del "cuerpo equivocado" de los 90 es en la que encajo mejor, incluso después de todo. Siempre lo he sabido. Es lo primero que recuerdo saber.
A los veinte años por fin le he hablado a alguien (una amiga de hace mucho tiempo y colega trans) de mi permanente lucha contra lo que ahora se llama disforia de género. Me pregunto cómo la llamarán dentro de cinco años. La historia de mi amiga es diferente a la mía (ella ni siquiera llegó a considerar que era trans hasta la adolescencia y nunca sintió que fuera un caso de "nació en el cuerpo equivocado"), pero es muy agradable saber que alguien entiende, por lo menos parcialmente, todo esto.

Tengo veintiún años.

El humor misándrico está en su cima y supura cisexismo. Hay una avalancha de alegres tweets de mujeres cis sobre que las mujeres son mucho más bonitas que los hombres: la forma grácil del cuerpo femenino, lo utilitario del masculino. Lo geniales que son las tetas. Lo malo que es el gusto para la ropa de los hombres. Lo incompetentes que son emocionalmente. Lo débiles que son para soportar partos y menstruaciones. Los frikis gordos con barba en el cuello son el castigo de Internet. Hablan y hablan, con asco, sobre los "cuerpos de cincuentón". La retórica SCUM se reaviva con niveles incosistentes de ironía. El evangelio del meme dice que los penes no son más que clítoris de mierda.


"Prefiero ser preciosa que hombre"
¿Así es como funciona lo de ser trans?

No sé cuál es mi posición en esto. No sé cuál es mi lugar en esto. ¿Es esta mi gente?

¿De verdad creo que una peluca y un pronombre cambiarán cómo se sienten ellas en el fondo? ¿Sobre mi cuerpo? ¿Sobre mis cromosomas? ¿Sobre mi "socialización”? No. Quiero, pero no lo creo.

En el fondo pueden creer que sus sensaciones sobre quién es inteligente, fuerte y razonable y quién es idiota, débil y peligrose están bajo control, son exageraciones controladas, conscientes y actuadas, y están bien examinadas. Si me vieran desnuda y sin peluca y húmeda, ¿no sería objeto de sus comentarios graciosos sobre penes? ¿Sobre la barba del cuello? ¿Sobre la masculinidad? ¿Sobre quién tiene derecho a hablar sobre la feminidad? Leerán esto y se dirán a sí mismas: "¡no!"

En los noventa, las mujeres cis se sentían incómodas con un clip animado porque tenía "aspecto masculino".
¡Puaj! ¡Cejas! Pero seguro que yo seré lo suficientemente femenina.

En el Internet donde solía googlear "qué me pasa", ahora me meto en muchas discusiones sobre el género. Siempre me ha dado asco mi vello corporal, pero nunca podía quitármelo. Incluso si pudiera acabar con todo mi pelo de las piernas sin levantar ni una ceja, volvería a crecerme más fuerte. Le comento a una amiga cis y feminista que no me parece que esté bien utilizar lo de ser un "friki gordo con barba en el cuello" a modo de insulto. Le digo que creo que es hipócrita. Le digo que conozco a algunos humanos así que son maravillosos, sensibles y considerados. Me pregunto si hay maneras de criticar a la gente basadas en su personalidad sin aludir a los pelos que les salen. Me dice que estoy dándoles una machicharla. Me dice que me estoy marcando un No todos los hombres. También me dice que no podría entender los cánones de belleza impuestos a las mujeres.

Le postulo, tras párrafos inútiles y estresantes de argumentación diagonal, que cuando eres cis y no te depilas las piernas, algunas personas piensan que eres una feminista asquerosa y otras piensan que eres una feminista muy guay. Tienes el privilegio de experimentar con tu vello corporal porque tu estatus y tu identidad están asegurados.

Puede que te llamen "marimacho" o "zorra", pero no te van a forzar a ir al baño incorrecto. No se derrumbará la temblorosa torre de naipes que has construido para hacer olvidar a la gente lo que creen que eres. Estás segura cuando otras personas no lo están.

Le digo que cuando eres trans y no te depilas las piernas, todo el mundo (incluso les aliades dentro de su oscuro e inajustable subconsciente) lo toma como evidencia de que no eres una mujer de verdad. A veces incluso tú misma.

Está furiosa. Me dice que soy un hombre hetero y cis y que tengo que callarme y escuchar. Lo que realmente hace que esté furiosa es que le está contradiciendo alguien que, según su perfil de Facebook, tiene un rango más bajo que ella en el podio de la interseccionalidad.

El privilegio de una persona puede ser una explicación a por qué sus creencias están deformadas, si es que lo están. No es una prueba de sus creencias de mierda. Esas suelen descartarse a sí mismas... siendo una mierda. Si alguien le dice a una chica cis que está subestimando un privilegio que las chicas trans no tienen, ¿por qué la chica cis tiene el instinto de cuestionar la identidad de esa persona para ver si puede desacreditarla y no tener que reflexionar sobre su propia opinión? No contestéis. Ya lo sabemos.

En otra ocasión hago una broma sobre un autor que creo que no es gran cosa. Me dicen que ni se me ocurra bromear sobre ese autor, porque es un autor con muchas fans: su obra es considerada de interés femenino. Me dicen que no le respeto porque su obra es femenina, que probablemente idolatre a Bukowski y Kerouac. Me dicen que no entiendo lo que es crecer sintiéndome avergonzada de mis intereses porque son femeninos.

Quiero gritar.

Quiero vomitar las pegatinas de Lisa Frank que arranqué de mi mesa en segundo curso y me comí, con pánico, para esconder las pruebas.

En Facebook, la chica que me habla de mi infancia (de cómo nunca me he tenido que sentir avergonzada de mi identidad) ha subido una foto suya de pequeña, vestida de Campanilla, delante de sus sonrientes padres.

Me preocupo porque mi pelo es cada vez más fino. Pienso en el horror de quedarme calva: una pérdida permanente de vitalidad. Pienso en cómo destruiría la floja androginia que es mi único consuelo en este cuerpo. Pienso en mi madre, calva por el cáncer, y en todo lo que le hizo a ella. Y oigo a mis amigas cis, misándricas y orgullosas, riéndose de los hombres calvos como si fuera su culpa o decisión. Los hombres calvos les recuerdan a pedófilos. Los hombres calvos les recuerdan a autores egoístas e improvisadores desesperados. Veo hombres en el tren que pierden el pelo, la juventud, las opciones y les comprendo. No hace gracia. Es una pesadilla dismórfica para cualquiera. No me molesto en mencionar que encuentro los chistes innecesarios e insensibles. Sé lo que van a decir las chicas.

Pero sé que no soy hetero, ni cis, ni un chico. No soy nada tan simple como eso. Soy una chica que ha pasado por muchas cosas y que ha crecido en simbiosis con su traje de chico. Pero otra cosa que sé es que mi argumento es mi jodido argumento. ¿Acaso quiero convencer a alguien que sólo me va a escuchar cuando descubra que soy una chica?

¿Tengo que salir del armario para ser tratada como una persona a la que merece la pena escuchar? ¿Para hacer que mis compañeras de clase cis dejen de reírse de alguien que se ha encontrado con los límites de las dimensiones de la masculinidad y la feminidad de maneras que ellas no han tenido que encontrar? ¿Necesito su permiso para hablar? 

De verdad que no lo sé.

Tengo veintidós años.

Una alumna de mi clase de arte dramático sostiene un marco de espejo vacío en el centro del aula y todo el mundo está emparejado en personas y reflejos. Una compañera de clase copia mis acciones perfectamente casi al instante. Miro el espejo y veo su cara y sus pecas: levanto la mano y me veo las uñas pintadas. Me mareo mucho y tengo que salir del aula. Lloro muchísimo, sollozo y tiemblo en el baño de hombres y vuelvo veinte minutos después. La clase ha terminado.

Tengo veintitrés años.


Esto es a lo que me parezco: un chico. Un chico que ha heredado más vello corporal del que puede contrarrestar, incluso en las partes en las que se le permite. Un chico al que muchas mujeres cis miran y dicen "pareces el típico que le gusta Mac DeMarco, jaja" (Sí, me gusta.) "apuesto a que lees a Jonathan Franzen" (No lo hago.) "apuesto a que te gusta Breaking Bad" (Está bien.) "apuesto a que eres un hombre auto-proclamado feminista aliado pero no lees a mujeres autoras" (Vete a la puñetera mierda.)


Estas mujeres me han explicado, enfadadas y creyendo que tienen razón, con presumida arrogancia, lo que es una mujer trans.

Una parte de mí quiere que ellas vean los libros que tengo - quiere que ellas vean dónde están las marcas borrosas, qué páginas de qué libros están deformadas por las lágrimas de toda una década. 

La mayor parte de mí las quiere bien lejos de mis libros o de cualquier otra cosa mía.

Tengo veinticuatro años y no sé qué hacer.

Sin reservarme, abrazo la teoría del feminismo interseccional. Lo necesito - todes lo necesitamos.

¿Pero quiero unirme a los círculos interseccionales modernos que no me querrán hasta que revele mis experiencias más privadas? ¿Que me dirán que me calle hasta que desvele todos los años de disociación, de dismorfia y de disforia?

¿Necesito ser inspeccionada y analizada por la gente que se ha reído de mí para recibir mi credencial?

Tengo ahora veintiséis años y no voy a salir del armario como trans, y no estoy transicionando.  Estas son las sencillas razones:

Porque hay repercusiones sociales y financieras en transicionar que no me puedo permitir emocionalmente ni financieramente. No quiero que se me trate como si tuviera huesos de cristal por parte de amigues cis bien intencionades. No quiero que se me diga que soy "muy guapa" cuando odio mi reflejo. No me hace sentir mejor. Me hace sentir peor, y es casi imposible conseguir que la gente cis pare. Y estoy ya suficiente incómoda con el juicio lleno de odio que se me hace cuando salgo a la ciudad sola presentándome como mujer.

Hay pros y contras descomunales en salir del armario como trans y en algunos casos, como el mío, la balanza está atascada en el medio. Elijo experimentar mi disforia en privado y sin alivio para absorber la incomodidad de la gente cis delicada, para poder deslizarme por el mundo más fluidamente en un sendero espumoso de secretos y mentiras. (Aquí estoy siendo maleducada e insincera. Me da miedo que lo conceptualicéis así.) La gente gay y trans ha estado haciendo esto durante siglos. Lo que ocurre es que no pienso que el clima sea bueno para salir del armario en condiciones. Pero estoy emocionada y feliz por les niñes trans del día de mañana. Envidiosa de elles, incluso. Quizás haya una silla y un interruptor algún día.

Porque resulta que la transición no es la respuesta para todes - sugerir lo contrario es proscriptivo y de mente cerrada. Porque para algunas mujeres trans, la feminidad puede ser asintomática - cuanto más te acercas, más te da la sensación de que nunca la alcanzarás. Me doy cuenta de que no es un mensaje inspirador sino la dura verdad: algunas personas manejan mejor la disforia que otras. Cuando luchas contra ella, ella te lo devuelve. Soy farmacófoba y obsesiva compulsiva diagnosticada. Apenas puedo tomar NyQuil y un remolino en el pelo puede hacer que me suba la tensión. No soy suficientemente fuerte para esa batalla. No estoy bien equipada para la transición.

Lo mejor que puedo hacer, para mí, es despojar - tan bien como pueda - mi identidad de mi apariencia, y centrar mi atención en otras cosas. ¡No es imposible! ¡Mira a esa gente de Dust Bowl - sólo intentaban viajar por el país en un coche viejo! "¿Género?" decían, "¡apenas sé qué es eso!"


¿Espironolactona? ¡¿Qué tal un poco de pan?!

Adoro a Laura Jane Grace, pero nunca he querido ser una punk rocker. No quiero generar conversación ni ser una curiosidad, y eso es lo que yo sería en este mundo para mucha gente. Todo lo que yo quería ser es Wendy Darling. Quería ser una chica promedio, con una juventud de chica promedio. Nunca podré volver atrás y dejar que mis amigas me hagan el pelo en las fiestas de pijamas. Nunca podré volver atrás y llevar un vestido en mi graduación. Nunca podré haber tenido una juventud de chica. He tenido años para intentar estar en paz con esa pérdida, y a veces lo consigo. Somos humanes. Nada de ello es justo. A muches de nosotres se nos han arrebatado cosas.

He leído los artículos sobre el #modohuevo . Éste, en particular, es muy bueno y presenta una perspectiva valiosa y compasiva. He visto mujeres trans utilizar “huevo” a modo de broma peyorativa al referirse al momento de sus vidas durante el cual aún estaban desarrollando su presentación e ideologías, compartiendo fotos embarazosas previas a su transición y avergonzándose de sus yoes pasados por sus elecciones estéticas cuestionables. Incluso cuando es autoinfligido se me antoja demasiado duro, pero el cómo esta gente lidia con sus propias historias es asunto suyo. No obstante, cuando está dirigido a otra gente en un intento por socavar su posición o autoridad sobre su propia identidad, esto refleja un prescripcionismo y engreimiento que yo nunca habría esperado de la propia comunidad trans.  

Imagina a una mujer cis diciendo: 
Desearía verme así pero no lo hago ni puedo hacerlo. Es horrible y me hace sentir fatal y no paro de rumiar al respecto. Por eso me centro en la escritura; prefiero hacer cosas. Dedicar tiempo a y construir cosas que no son mi propio cuerpo me ayuda a sobrellevar los conflictos corporales que me han endilgado contra mi voluntad”.

Ella no parece necesitar de consejo sobre cómo el maquillaje solucionaría su problema principal, ¿verdad? Ella no parece estar haciéndolo mal. Soy ella y soy trans. Eso es todo. 

Aprecio los ánimos que recibo de mis amigxs trans, pero rechazo que se concluya que transitar es mi destino. Mi cerebro es mi cerebro; mi cuerpo es mi cuerpo. Éstos no cuadran y he elegido dedicar mi energía a aceptar esta realidad y centrarme en otras cosas en lugar de intentar cambiar mi cuerpo. No estoy promocionando mi postura frente a otras personas trans ni pretendo desanimar a nadie a seguir el camino que sienten como el mejor para sí. Admiro y aplaudo a cada persona flexible y valiente capaz de llevar a cabo ambas. 

Ahora bien, aquí están las razones complejas, la mayoría de las cuales sólo hallé mientras escribía sobre las sencillas: 

Odio que la única respuesta efectiva que yo pueda proporcionar a “los chicos son una mierda” sea “bueno, yo no soy uno”. Siento que estoy vendiendo a aquel chaval en pijama de béisbol que se sentaba conmigo en la cama mientras yo trataba de dilucidar qué se suponía que debía ser, y a todos aquellos chicos que he conocido y amado desde mi traje de chico -los cuales creían estar hablándole a un chico. Siento que estoy prendiendo fuego a la historia del cuerpo desnudo que se sienta en el suelo de mi ducha. El cuerpo que acudió al baile de fin de vistiendo de esmoquin rectangular y rígido mientras ansiaba los vestidos.

Porque no soy un chico, soy una mujer que tuvo la niñez de uno. Se me hizo y hace vivir como uno y no puedo omitir la perspectiva que eso me ha dado y unirme cuando es momento de aturdir hasta el enfado a uno de esos capullos desinformados llamándolo machito flipado y diciéndoles que su enfado es muestra de ser un machito flipado; o  bien de humillar a uno con una captura del OKCupid porque hemos metido en el mismo cajón a los torpes que a los amenazantes con tal de obtener “me gustas” en muestra de solidaridad. Es algo bien jodido. Y ha sufrido una metástasis.
Algunas mujeres trans me han dicho en privado que no están a gusto con estas cosas pero temen que señalarlo haga que dejen de gustar a las mujeres cis y pierdan su confianza. “Les sigo el juego”, dice una de ellas, “porque en la comunidad cuir quienes defienden a los hombres cis son los hombres cis. No quiero acabar poniendo en riesgo que se me lea como chica”. 

Otra dice: “entro en aquello de la misandria porque es una manera fácil de ganar puntos dentro de la comunidad, pero cuando pienso en ello me hace sentir incómoda

Otra: “Es un hábito adaptativo del cual no estoy orgullosa. Sosteniendo que “las chicas molan y los chicos dan asco” me siento más como una.”

¿Te has percatado de que cuando un producto se vende de una manera innecesariamente generizada la culpa varía según el género? ¿De que el boli rosa hecho “para mujeres” (y esto es, por supuesto, real) es una muestra del cinismo y la estupidez de la gente del marketing tratando, de manera ofensiva, de satisfacer aquellos deseos que consideran que tienen las mujeres?  ¿Y de que cuando hacen yogur “para hombres” de repente el foco está en cuán hilarante y frágil es la masculinidad; en cómo los hombres no pueden comer yogur a no ser que su pobre cerebrito esté totalmente seguro de que no los convierte en gays? #MasculinidadTanFrágil está dirigido, con malicia autocomplaciente, hacia los hombres, no los publicistas. 

Esta conclusión, muy compartida, es producto de un discurso bien preservado. No estoy diciendo “abran las compuertas, dejen pasar a esos tíos trolls de mierda”. Conozco a los trolls; han intentado ser mis amigos, han tratado de colarse en espacios feministas sin intención de escuchar o aprender. Entiendo esa desconfianza hacia los hombres que ruidosa y constantemente  no dejan de hablar sobre temas de mujeres y se niegan a reconocerlo cuando están equivocados. No estoy animando a nadie a confiar ciegamente.  Estoy suplicando a lxs agentes del discurso: tened en cuenta que esta preservación tiene efectos y tratad de mitigarlos, si es que vuestra prioridad es de veras el encontrar la verdad en medio del fango que esconde las mentiras patriarcales. Aseguraos de fijaros en si estáis diciendo y reproduciendo cosas principalmente porque suena y se siente bien y nadie las está desafiando. 

Estos nos son problemas discursivos únicamente aplicables a una mujer trans “de incógnito”, estos son problemas discursivos que son aparentemente sólo visibles para una mujer trans “de incógnito” forzada a soportar múltiples perspectivas cual jorobas de camello. 

Ciudad sin nombre. Habitantes: hombres.

Porque estoy interesada en complicar tu definición de hombría y de infancia masculina. Nací en esa mierda de ciudad, Masculinidad, llena de ideales rotos, machismo extraviado y represión, y hay alguna gente buena atrapada aquí. No están al mando. No la construyeron. Y yo no me siento bien yéndome de casa sin más y diciendo “que os jodan a todos, salid por vuestra cuenta o extinguíos, yo nunca fui uno de los vuestros”. Quiero hacer de él un lugar mejor y más saludable , no emplear todo mi tiempo en hablar sobre cuán mierda es y cómo cualquiera que eligiera vivir aquí se merece que lo sea. Y para mí eso significa tratarlos con bondad, incluso cuando lo hacen difícil. 

Esta bondad, por supuesto, se aplica también a las muchas, muchísimas mujeres cis que sé bienintencionadas y comprensivas, pero que aun así caen en los hábitos que estoy describiendo. Muchas de las personas más buenas y fuertes en mi vida, mis mejores amigxs, son mujeres -muchas de ellas cis. Si has llegado hasta aquí y únicamente estás sintiendo que debería emplear más tiempo reconociendo la lucha y frustración de las mujeres cis para atemperar mis críticas, has de saber que empleo la mayor parte de mi tiempo haciéndolo. Podría escribir centenares de artículos sobre las maneras en que los hombres y la masculinidad me han dañado a mí y a las mujeres que quiero, pero si lanzaras una piedra a Internet probablemente se toparía con uno de ellos. Este artículo es sobre aquello que no puedo decir. 

Porque no es poca cosa que las palabras “no todos los hombres” se hayan entrelazado indisolublemente con la fragilidad y los gimoteos de los hombres. Eso hace terriblemente fácil el proteger y aislar la (predominantemente cis) perspectiva femenina sobre qué son los hombres. Comenzar una frase con esas palabras, “no todos los hombres”, es preparar el terreno a cualquiera que quiera reírse de lo demás. Pero aquí está la verdad: no todos los hombres son lo que crees que son. “Hombre” no significa lo que tú crees que significa. Generalizar ampliamente y con dureza pero queriendo decir “ya sabes a cuáles me refiero” es de una pereza retórica e intelectual no pasada por alto en ningún otro caso en estas comunidades. Ya que no podemos elegir a quién afecta nuestro comportamiento y nuestras palabras, estamos obligadxs a elegirlas con cuidado.

Porque he sido reducida a mi apariencia — a esa manera en que me presento por mi propio bienestar y seguridad— por femicistas tan a menudo que siento un síndrome de Estocolmo bien jodido apegado a ser malgenerizada. Mi dismorfia está tan incrustada en mi identidad como cualquier otra cosa. He vivido con ella por décadas como una chica pretendiendo ser un chico. Y cuanto más cerca estoy de algo que he querido durante toda mi vida, más lo siento como participar de las políticas estéticas de un grupo de gente que me rechaza por aquello que asocian a mi cuerpo -uno que, en definitiva, no puedo cambiar mucho. Esa gente que sólo estará a gusto cuando diluya esas asociaciones mediante señales femeninas externas.

Como si, quizás, simplemente por ser quien soy (un cerebro que se siente chica en un cuerpo y atuendo que parecen de chico) yo estuviera quemando algo muy importante para ellas. Algo que hace sus vidas más fáciles y cómodas. 

No puedo transitar por mí aunque desearía sinceramente poder hacerlo. Nada de lo que pudiera hacer aliviaría más viejos problemas de los que causaría. Y, definitivamente, no transitaría para ellas con tal de clasificarme eficazmente en su sistema que dicta cómo se supone que ha de verse una mujer. 

Porque a mí no se me permitió decidir lo que soy. Así que bajo ningún concepto lo definirán otres.



PD.



Post de Facebook que dice: "Hombre se lamenta en una moda confusa de lo difícil que es crecer con un "cerebro de mujer" y cómo él lo tiene tan difícil comparado con todas esas privilegiadas mujeres cis."

POR FAVOR, aliadas cis, sed conscientes de que hay chicas así a vuestro alrededor y están intentando crear vínculos con vosotras a costa de cuánto apestan los hombres. Se están llamando a sí mismas feministas y están comentando “¡SÍ!” en el arte vaginocéntrico de neón que acabáis de compartir en Facebook. 


Lo que quieres decir ahora mismo es “no todas las mujeres cis”, ¡Y no pasa nada! Sólo recuerda también este sentimiento cuando escuches “no todos los hombres”.